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Articulos Lengua y Literatura

El sentimiento cristiano en la poesía de Vallejo

Por: Luis Rivas Rivas – escritor lambayecano y docente de la facultad de Humanidades USAT

Rasgos muy gravitantes en la hondura y la intensidad de la poesía vallejiana  son  sus frecuentes alusiones a la pasión de Cristo. Reminiscencias de lecturas bíblicas afloran en sus versos. Explícitas o subyacentes. Temáticas o como ingredientes metafóricos y simbólicos. Desde el poema liminar –en el que un verso referente al sufrimiento humano (las caídas hondas de los cristos del alma) allega ecos de la vía dolorosa del Redentor hacia el Calvario– de Los Heraldos Negros hasta el título del último poemario, en el cual palpitan resonancias trémulas del Getsemaní: España, aparta de mí este cáliz. Veamos algunos ejemplos:

Dulce Corona de una testa inmensa,

que te vas deshojando en sombras gualdas!

Roja corona de un Jesús que piensa

trágicamente dulce de esmeraldas.

(Deshojación sagrada)

 

¡Oh, unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno por todos!

Amor contra el espacio y contra el tiempo!

¡Un latido único del corazón ;

un solo ritmo: Dios

(Absoluta);

 

Y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado

y que hay un viernes santo más dulce que ese beso”

(El poeta a su amada)

 

Oh sol, llévala tú que está muriendo

y cuelga, como un Cristo ensangrentado,

mi bohemio dolor sobre su pecho

(Oración del camino)

 

Padre, aún sigue todo despertando;

es enero que canta, es tu amor

que resonando va en la Eternidad”.

(Enereida).

 

¡Cuán arraigadas estaban en Vallejo las enseñanzas de la Biblia! Sin embargo, enfrentado con la experiencia del dolor humano  –tema central de su poesía–, algunos versos se impregnan de amargura, circunstancia aprovechada por quienes se esmeran en difundir Los dados eternos pero ocultan el poema Dios, en el que Vallejo rectifica el anterior. Mariátegui, en sus Siete ensayos, realizó un certero deslinde entre estos dos poemas y nos dice:

En Los dados eternos el poeta se dirige a Dios con amargura. Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos…” (Cita el poema La de a mil). [1]

También precisa Mariátegui:

Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma está ‘triste hasta la muerte’ de la tristeza de todos los hombres. Y de la tristeza de Dios, porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios:

“Siento a Dios que camina

 tan en mí, con la tarde y con el mar

 Con él nos vamos juntos. Anochece.

Con él anochecemos. Orfandad…

 

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece

que él me dicta no sé qué buen color.

Como un hospitalario, es bueno y triste;

mustia un dulce desdén de enamorado:

debe dolerle mucho el corazón.

 

¡Oh, Dios mío, recién a ti me llego,

hoy que amo tanto en esta tarde; hoy

que en la falsa balanza de unos senos,

mido y lloro una frágil Creación.

 

Y tú, cuál llorarás… tú, enamorado

de tanto enorme seno girador

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;

porque jamás sonríes; porque siempre

debe dolerte mucho el corazón”

(Dios, poema citado en Siete Ensayos p. 313) [2].

 

El poema Los dados eternos revela que el hombre, frente al dolor, tiene un límite, allende el cual se quebranta y obnubila. Job  sufrió terribles tragedias sin dejar de bendecir y agradecer a Dios por todo. Pero, cuando llegó a su punto límite, exclama: “Perezca el día en que nací. Perezca la noche en que fui concebido”. Y Jesucristo, Dios-Hombre en voluntario sacrificio por amor a la humanidad, clama, desde la cruz del Gólgota: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?’”.

Y a la luz de la pasión de Cristo, Vallejo expresa su concepción de un Dios sufriente que ama tanto y debe dolerle mucho el corazón. Es posible que esta intuición vallejiana fuera brotando desde su infancia, pues, como ha dicho José Manuel Castañón, Vallejo (como Benítez, su personaje de Tungsteno), hojeaba el Evangelio según San Mateo,  librito fileteado en oro, que su madre le enseñó a amar en todo lo que él vale para los verdaderos cristianos”. [3]

El novelista español José Manuel Castañón dice:Sublime Vallejo, creador de una simbología supercristiana, donde la lógica muchas veces  a falta de razones se siente por aromas (…) aroma de Dios que ya se respira en las emociones primeras de Los Heraldos Negros” (Pasión por Vallejo)[4]. Y el poeta montevideano Uruguay González Poggi, apasionado lector de Vallejo como Castañón, registró en uno de sus poemas una intuición muy próxima a la vallejiana:

“Dios es amor”, dice el Libro.

¡Qué solo has de estar, Dios mío!

Yendo por ese camino,

Pienso encontrarme contigo

En “Cómo leer a Vallejo, comenta Alberto Escobar:

“Recuérdese la contagiosa y conmovedora ternura de aquellos versos en que Vallejo confía la vecindad  con que conoce a Dios;… el Ser Divino padece por sus criaturas, y emerge precisamente a causa de ello, su pesar incesante, al comprender que el hombre sigue sufriendo. Dios también sufre, pues, de amor, como el hombre; y por amor al hombre. [5]

Empero, quien ha logrado un enfoque hondo y vasto en la entraña religiosa de la poesía de Vallejo fue Alejandro Lora Risco (Chiclayo, 1918 – Santiago, 2001), quien, en su libro Hacia la voz del Hombre, escribe:

 La obra poética de Vallejo gira, primero, en torno de un redescubrimiento de Dios en el reino de la infancia, o, mejor dicho, de un volver a traer la infancia al ámbito o esfera del misterio inefable (p. 41)[6]

Más adelante, tras un análisis del léxico, la metaforía, el pensamiento y las vivencias del poeta, agrega:

La santidad de Dios, para Vallejo, radica en su inexplicable pero visible capacidad de sufrimiento; en el milagro propio de Jesús, de querer ser  –obedeciendo al Padre, pero eligiendo libremente el martirio, el Gólgota– el Hijo del hombre”.[7] “Vallejo no ha podido apartarse en ninguna situación de su vida, de su casi física aproximación a Dios. No ha podido nunca arrancárselo del corazón. (…) En las más precarias horas de su existencia, en los rincones más oscuros de la tierra, Dios, Cristo, el Señor, está presente en él”. [8]

Y, finalmente, recuérdese que Georgette, viuda del poeta, ha registrado estas palabras de Vallejo en la Clínica de Arago, días antes de su muerte: “Cualquiera que sea la causa que yo deba defender ante Dios después de mi muerte, sé que tengo un defensor: Dios mismo”. Al respecto, escribe André Coyné: «En la tarde del 29, el enfermo (Vallejo) llama a Georgette para dictarle la frase que figura en la página final de la Edición Príncipe de Poemas Humanos…» Y a continuación registra la frase ya citada. Esta referencia de Coyné  se encuentra en la página 54, dentro del apartado «Madre España», Muerte en París, inserto en Visión del Perú (1969): Homenaje Internacional a César Vallejo, editado por Carlos Milla Batres y Washington Delgado.[9]

En suma, los textos citados son elocuentes: Vallejo –como Mariátegui– se vinculó al marxismo creyendo que era una vía para la justicia social, pero nunca perdieron su entraña hondamente cristiana. Vallejo murió en 1938 (Mariátegui había partido en 1930)  por aquellos años la “cortina de hierro” había impedido que el mundo libre supiera de las purgas genocidas y de los horrorosos campos de trabajos forzados o gulags que empleaba la Unión Soviética con los disidentes, ni el rotundo fracaso del totalitarismo que se hizo evidente a partir de 1989.

 

 

[1] Mariátegui José Carlos, Proceso de la Literatura en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Editorial Amauta, Lima, 44 Edición, 1981, p. 314.

[2] Op. Cit. pp. 13-14

[3] Castañón José Manuel, Pasión por Vallejo, Serie populibros, Lima, 1988, p. 54.

[4] op. cit. p.22.

[5] Escobar Alberto, Cómo leer a Vallejo, PLV Editor, Lima, 1973, pp.40 – 41.

[6] Lora Risco Alejandro, Numinosidad y catolicidad en la poesía de Vallejo, en Hacia la voz del Hombre (Ensayos sobre César Vallejo), Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1971, p. 91

[7] op. cit. p. 114

[8] pp. cit. p.117.

[9] Visión del Perú (1969), Homenaje Internacional a César Vallejo. Primera Edición, Editorial Milla Batres Lima, p. 54.

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