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Chiclayo: raíces y horizonte

Historia fascinante la ciudad de Chiclayo. Durante el virreinato fue sólo una estación de paso entre Zaña y Lambayeque. Pero desde la etapa republicana su progreso fue muy veloz. En 1835 Chiclayo era una villa, pero tal fue su dinámica ascendente, que, en menos de cuatro décadas (1835-1874), pasó de villa a ciudad, de ciudad a capital de provincia y de capital de provincia a capital de departamento.

Hoy, supera a ciudades que fueron fundadas por los españoles cuando  nuestro medio estaba despoblado. Los misioneros franciscanos, para evangelizar a los nativos, trajinaban kilómetros entre una chocita y otra, porque se hallaban sumamente dispersas. Por ello, el 20 de julio de 1559 el Virrey Andrés Hurtado de Mendoza autorizó la obra misional de Chiclaiaep. En 1560 se  inició la construcción de un monasterio franciscano y se dispuso la llamada Reducción, que obligaba a los nativos a residir en las inmediaciones del Convento (ubicado entonces en el área hoy comprendida entre las calles San José, Alfredo Lapoint, Lora y Cordero y la Avenida Balta). En 1566, los franciscanos alojaron a Gregorio González de Cuenca, encargado de organizar la Reducción, la que debía tener Iglesia, Cabildo, viviendas familiares y residencia del cacique. Y así, con la mayor modestia como todo lo trascendente, nació Chiclayo.

Desde los inicios de nuestra historia republicana se hizo evidente que Chiclayo, dado su dinamismo económico, su ubicación, y también su fervor democrático, le correspondía un rango mucho mayor. Por eso, el 12 de noviembre de 1827, el Congreso General Constituyente del Perú lo designó, primero, como distrito y lo ascendió a la condición de Villa, «en razón –como precisa Ricardo A. Miranda– del visible progreso que había alcanzado, la bondad de su clima y la fertilidad de sus tierras».

El rápido ascenso de nuestra ciudad fue posible por la gran vitalidad agrícola y comercial de nuestro pueblo, así como su entusiasta adhesión a las causas de la libertad y la democracia. En esa línea, nuestro pueblo, liderado por el Coronel José Leonardo Ortiz, apoyó heroicamente al General Felipe Santiago Salaverry en su lucha contra Santa Cruz. Por ello, el 15 de abril de 1835, el General Salaverry, Presidente de la República, dispuso que, en atención a los “los muy distinguidos servicios que ha hecho a la causa de la independencia, libertad y honor del Perú”, la villa de Chiclayo era elevada a la categoría de ciudad. Y tres días después (18 de abril de 1835) creó la provincia de Chiclayo con la precisión de que la nueva provincia tendría como capital nuestra ciudad y comprendería trece distritos.

Otro hito en la trayectoria siempre ascendente de Chiclayo se produjo en 1868. El coronel José Balta se sublevó contra la dictadura de Mariano Ignacio Prado,  rechazada por el pueblo. En Cajamarca, Balta, en sus enfrentamientos con las tropas gobiernistas, resistió con gran valor, pero, como no disponía de los hombres ni los recursos necesarios, decidió venir a Chiclayo y aquí obtuvo el apoyo que necesitaba. Llegó el 6 de diciembre de 1867 con doscientos hombres maltrechos y heridos; pero éstos se reanimaron ante la recepción tan cordial y entusiasta de los chiclayanos. Respaldo de tal magnitud y eficacia que el Coronel lo recordaría con afecto toda su vida.

Amante de la libertad y la democracia, Chiclayo defendió la causa de Balta,  con valor y con alegría. Las tropas gobiernistas, fuertemente armadas y comandadas por el Ministro de Guerra, Coronel Pío Cornejo, confiaban en una fácil victoria. Pero se desconcertaron ante los chiclayanos, que, aunque desprovistos del armamento necesario, los enfrentaban resueltamente y –lo más insólito–, mientras combatían, cantaban y bailaban un ritmo de moda, la conga. El ataque de las tropas gobiernistas duró desde el 14 de diciembre hasta los primeros días del nuevo año. El 7 de enero de 1868, las huestes de Pío Cornejo retornaron a la capital, derrotadas por Balta y los chiclayanos.

Agradecido, el Coronel triunfante (luego elegido Presidente de la República), atendiendo un pedido de nuestro pueblo, dispuso que se iniciara la construcción de la Catedral de Chiclayo, y, en 1872, dio un Decreto creando el Departamento de Lambayeque, cuya capital debía ser Chiclayo, decreto que requería ser ratificado por una ley del Congreso para su eficacia correspondiente.

El trámite quedó trunco porque cuatro coroneles (los hermanos Gutiérrez)  se sublevaron contra Balta exigiéndole que anulara las elecciones porque ellos no aceptaban que un civil (el electo Manuel Pardo) llegara al poder. Tomaron preso al Presidente Balta y uno de ellos, Tomás, ordenó su fusilamiento. El pueblo de Lima, indignado, ejecutó públicamente a tres de los Gutiérrez.

Estos sucesos dejaron trunco el decreto de Balta que debía confirmarse por una ley, pero, instalado el Gobierno de Manuel Pardo, el Congreso aprobó la Ley creando el Departamento de Lambayeque con su capital Chiclayo (ley promulgada el 1º de diciembre de 1874). Y de este modo,  Chiclayo devino Capital de Departamento.

Durante la guerra con Chile numerosos chiclayanos rubricaron con su sangre  el entrañable patriotismo de nuestro pueblo. Entre ellos: Elías Aguirre (Segundo Comandante del Huáscar) y Diego Ferré (Teniente Primero, Ayudante del Almirante Grau), héroes de Angamos; los capitanes Juan Faning y José Torres Paz, que lo hicieron en Miraflores, después de haber combatido junto a  Bolognesi en Arica, y a Cáceres en Huamachuco.

Tras la guerra, sobrevino la ocupación. El chileno Linch y sus hordas se dedicaron al saqueo, el incendio, la destrucción de edificios. Aborrecían la cultura: incendiaron el Palacio Municipal e intentaron hacer lo mismo con el Teatro Dos de Mayo; pero Alfredo Lapoint, cónsul norteamericano de ascendencia francesa, lo impidió. Para ello izó la bandera de los Estados Unidos en el frontis del Teatro.

Los invasores se retiraron el 26 de julio de 1883. Se procedió entonces a  levantar de sus escombros edificios tan ligados a la historia de nuestra ciudad, como el Palacio Municipal, la Iglesia Matriz y el viejo local del Colegio San José. Estos dos últimos eran los únicos remanentes del colonial Convento de los Franciscanos, cuna de Chiclayo, su única partida de nacimiento, y, por tanto, su conservación era necesaria. (Pero, infortunadamente, fueron demolidos en 1961 por una Junta de Obras Públicas que posiblemente ignoraba nuestra historia departamental).

A inicios del siglo XX Chiclayo tenía 13,000 habitantes. El lindero Norte de la ciudad era la Huerta Navarrete, (después, Quinta Varsallo). El frontis de la Quinta abarcaba desde la calle Santo Domingo (Juan Cuglievan) hasta Miraloverde (Barrio de las Latas). Esta calle y la quinta se ubicaban en el área que corresponde ahora a las actuales cuadras céntricas de la Av. Pedro Ruiz.

Por el Este, la ciudad llegaba hasta Cinco Esquinas (actual Parque  Villarreal). El lindero Sur se ha dicho que era la calle Maravillas (hoy José Francisco Cabrera), pero, en verdad, llegaba a Ganaderos (actual Calle Tacna), donde, en grandes corrales, se guardaba el ganado traído del campo.

El lindero Oeste, según Zevallos, era la Calle de las Carretas o San Sebastián (hoy, Av. Santiago Luis González). Pero Jelil, en 1904, caricaturizando en verso a unos dirigentes del liberalismo sobornados para pasarse al civilismo, precisa que el “arreglo” se realizó en el barrio de Patazca, nombre que se daba a una cuadra de la actual Av. José Leonardo Ortiz, entonces adyacente a la Estación del Ferrocarril (ubicación actual del Banco de la Nación y la Sunat). Por ende, el lindero Oeste era el Barrio de Patazca. Pero entre éste y la calle San Sebastián había una huaca que fue demolida. El área se fue urbanizando con la Plazuela Elías Aguirre (el monumento se inauguró en 1924) y con otras construcciones.

El desarrollo de nuestra ciudad en el último siglo ha sido muy dinámico. En el aspecto cultural destacó la obra del Club Unión y Patriotismo, con su Biblioteca (1909-1970) y sus certámenes culturales; el apoyo de Manuel Prado (1956-1962) con la fundación de la Casa Departamental de la Cultura, la Universidad Nacional de Lambayeque y la  Agraria (fusionadas por el dictador Velasco en la UNPRG), la Escuela Normal Sagrado Corazón de Jesús.

En la literatura, se sucedieron: los románticos: Emiliano Niño, Clodomiro Soto, Arturo Shutt, Germán Leguía; los modernistas: Jelil, López Albújar; los costumbristas: Rómulo Paredes, José León Barandiarán; los vanguardistas: Nixa, Juan José Lora,  Mario Puga, Álvaro Mesones. Y valores posteriores: Alejandro Lora, Alfredo Delgado, Gregorio Barrios  (Grebavil), Jorge Lazo, Raúl Cumpa, Germán Segura, Alfonso Tello, José Santos Silva,  la Asociación de Escritores Lambayecanos; la Agrupación de Escritoras Norteñas, la Casa del Poeta y otras agrupaciones literarias.

Otras instituciones que perfilaron nuestra fisonomía cultural fueron: los Amigos del Arte que cultivaron la zarzuela con excelencia, y diversos elencos de arte dramático, dirigidos por Moreno Martí, Alberto Sorogastúa, Guillermo Ortiz, Jorge Vásquez, Liz Moreno, entre otros; la Escuela de Ballet de José Puga y Mirian Gayoso; En los años cincuenta destacó la Orquesta Sinfónica dirigida por Ernesto López Mindreau. Y en los ochenta y noventa, la Orquesta Sinfónica creada por Fernando Seminario Cuglievan y dirigida por José Quesada y luego por Humberto Castro Sotil.

Jorge Zevallos subrayaba que Chiclayo nació a la vera y al amparo de una Casa de Dios. Y formulaba la esperanza de que tal designio esté vinculado al porvenir que a nuestro pueblo le aguarda.

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