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Articulos Opinión

Ventarrón: patrimonio y gestión


Por: Arq. Iván Guerrero Ramírez
Docente de la Escuela de Arquitectura USAT

En el topónimo de Ventarrón la presencia del viento es evidente, esta se manifiesta como una fuerte corriente producida por la diferencia de temperatura entre la masa de aire caliente de la costa y la proveniente del mar.

El domingo 12 de noviembre la corriente de viento ayudó, lamentablemente, a propagar el fuego encendido muy cerca al complejo arqueológico de Ventarrón, ubicado a 4 km al sur de Pomalca. La infraestructura que protegía los restos arquitectónicos de aproximadamente 4000 años de antigüedad estaba construida con material precario e inflamable y lógicamente no pudo resistir el incendio.

Este texto no pretende señalar culpables ni lamentar lo ocurrido. La inmediatez y sobrecarga de información no nos permite realizar un juicio de valor objetivo, aunque las fuentes oficiales sean optimistas con que se recuperará hasta el 85% de lo que existía. Lo ocurrido en Ventarrón nos lleva a reflexionar sobre lo que entendemos por patrimonio cultural y la forma en que participamos de su gestión. Nos atrevemos a sugerir opciones de actuación revisando de forma genérica la intervención que se realiza sobre el patrimonio en otras latitudes y a proponer la apertura de disciplinas como la arquitectura o la arqueología a la contaminación con profesionales de todos los ámbitos.

Patrimonio es un concepto difícil de definir debido a la constante evolución que ha experimentado el término en los diferentes momentos de la historia. Aunque el concepto relativamente reciente, ha ido cambiando al mismo tiempo que cambian los valores que una sociedad le asigna a los acontecimientos que ocurren en su territorio.
El museólogo francés George Henri Riviere definió patrimonio como “todos aquellos bienes materiales e inmateriales sobre los que, como en un espejo, una población se contempla para reconocerse, donde busca la explicación del territorio donde está enraizada y en el que se sucedieron los pueblos que la precedieron. Un espejo que la población ofrece a sus visitantes para hacerse entender, en el respeto de su trabajo, de sus formas de comportamiento y de su intimidad.”
Esta definición cobra sentido en el contexto actual, en el que buscamos y propiciamos desde diferentes frentes el acercamiento de la sociedad a los bienes patrimoniales y estos ya no se ven como accesibles sólo a una élite de eruditos o coleccionistas.

De esta manera, valoramos Ventarrón porque nos identificamos con el territorio en el que surgió; porque en la búsqueda de identidades reconocemos en su arquitectura y materialidad vínculos al clima, al bosque seco, a lo árido y desértico de los ecosistemas que nos rodean. Reconocemos que es posible habitar transformando en la medida justa el valle del río Reque; que es posible también la explotación equilibrada de recursos acercándonos a los criterios de sostenibilidad.

Desde hace algunos años la población lambayecana empezó el acercamiento a Ventarrón, ya sea como destino para ciclistas que confían en la locura de trazar rutas que unen los paisajes de la región o como tema catalizador de la obra de artistas locales. No es casual que cuando recibimos visitas de otros puntos del Perú o del mundo, Ventarrón sea una de las sugerencias para conocer. Estas acciones nos acercan a la noción de patrimonio como herencia, entendida esta como producto de la relación entre identidad y cultura, ya que como sociedad reconocemos nuestra evolución histórica y la vinculamos a ciertos objetos y a determinadas manifestaciones culturales, es decir, al patrimonio material e inmaterial.

Lamentablemente la sensibilidad hacia el patrimonio y a nuestro territorio que genera Ventarrón no tuvo eco en la construcción que lo protegía.
Los proyectos contemporáneos de intervención en lo construido demuestran que la mejor forma de proteger el patrimonio es usándolo, conviviendo con él; exigiendo los derechos de una localidad a la propiedad y gestión de su patrimonio, así como nuestros derechos para disfrutarlo.
Algo que debemos tener claro siempre que hablemos de patrimonio es su incorporación a la cultura, hacerlo parte del conjunto de personas dentro de una sociedad, que median entre lo que somos y lo que viene. No podemos olvidar que el patrimonio lo que intenta es ganar, no solamente para quienes estamos ahora, sino para quienes vendrán, ser mediador entre ancestros y descendientes.

En esta visión patrimonial cobra fuerza el concepto de tutela, que puede entenderse como un proceso de recuperación de conocimiento, valoración, acceso y disfrute en el que estamos involucradas todas las personas. Entonces patrimonio dejará de ser sólo aquellas edificaciones que son la expresión material de la memoria, sino que superará ese fin y se transformará en una plusvalía, un hallazgo sobre el que construir una nueva situación.

La realidad de las intervenciones sobre el patrimonio material en el Perú es la de mantener todavía una postura conservadora respecto a la interacción y ocupación que puede hacerse de los sitios arqueológicos. Probablemente las condiciones económicas, la desinformación y los pocos recursos destinados a la intervención patrimonial sean una de las causas para ello.

Frente a esta situación podemos sugerir que el patrimonio es un proceso de construcción social que evoluciona constantemente y que tiene su base argumental en la interdisciplinariedad, en el que las acciones patrimoniales serán parte de un rescate cultural, que además de promover la continuidad de uso, transmitirá los valores y significado de un bien a toda la sociedad.

En este enfoque interdisciplinar, como profesionales de la arquitectura somos protagonistas que aún tenemos pendiente, como colectivo, generar las condiciones para nuestra inclusión desde un inicio en las decisiones proyectuales, propiciando además la disolución del límite entre arqueología, arquitectura e ingeniería.

Sin repetir los errores que contribuyeron al accidente ocurrido en Ventarrón, la arquitectura puede ofrecer alternativas trabajando con lo efímero e incluso precario de los materiales. El trabajo del arquitecto catalán Toni Girones es un ejemplo de ello. En su intervención en el yacimiento arqueológico de Can, Tacó utiliza materiales cotidianos como el ladrillo y el fierro de construcción que normalmente quedan ocultos y que son reinterpretados a partir de sus propiedades físicas, adquiriendo un nuevo significado más allá de su función original. Además de llevar al máximo las posibilidades constructivas y expresivas del material, Girones es capaz de transformar un sitio arqueológico y convertirlo en un espacio público, con todos los prejuicios que esta acción supone. Tras la intervención no se tiene solo un sitio arqueológico protegido correctamente, sino que además se ha ganado un lugar donde es posible el acercamiento de la sociedad y donde serán visibles los hilos que nos vinculan con el pasado y el territorio. El proyecto completo se puede revisar en el siguiente enlace http://www.tonigirones.com/es/can-taco-yacimiento-es

El análisis de la historia nos enseña que siempre trabajaremos en un entorno singular al que debemos modificar, transformar y completar, un lugar al que debemos observar sin nostalgia pero con intensidad, que la mayoría de veces suele estar vinculado a un pasado edificado. Al intervenir en el patrimonio no sólo lo hacemos frente a una realidad física inerte o a un conjunto de muros de adobe y vasijas rotas, la intervención patrimonial siempre se realiza sobre una construcción cultural.

Nos dolió ver arder Ventarrón porque parte de nuestra cultura se perdió, porque tal vez era el lugar más auténtico y revelador que nos quedaba por descubrir y ocupar. Pero no pensemos en lo ocurrido como una oportunidad perdida, confiemos en que el viento siempre cambia de dirección.

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