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Articulos Opinión

La universidad católica en el siglo XXI

Excmo. y Rev. Sr. Obispo y gran Canciller
Excma. Sra. Rectora
Autoridades académicas, profesores y comunidad universitaria
Alumnos, señoras y señores


Agradezco la invitación y oportunidad de compartir con Ustedes algunas reflexiones personales sobre el sentido de la Universidad Católica en el siglo XXI

Reseña histórica
Una de las mayores contribuciones del cristianismo a la cultura medieval, fue la creación de las Universidades.

Conviene recordar que las universidades surgieron en la Europa medieval como fruto del desarrollo de las escuelas monacales, y catedralicias y desde su origen tuvieron a la Iglesia como madre y protectora generosísima”. Destacan las Universidades de Oxford, Bolonia, París o Salamanca.

Toda la enseñanza se impartía en latín, lengua oficial del Imperio romano y también de la Sagrada Liturgia. Las universitas integraban los diversos saberes principalmente en cuatro Facultades: Derecho, Medicina, Teología y Artes. Un día a la semana celebraban el dies academicus, que consistía en la impartición de una lección a la que asistían todos los profesores de la Universidad y se presentaban ante los estudiantes para una disputatio o discusión sobre una materia. Eso permitía que, a pesar de la diversidad de especializaciones, se abordasen todas las cuestiones y temas como un todo, desde los puntos de vista del derecho, la teología, las matemáticas o la medicina con la responsabilidad compartida de la búsqueda de la verdad, por el recto uso de la razón”.
En 1088 se creó la Universidad de Bolonia que sería el centro occidental del estudio del Derecho durante siglos. La universidad de Salamanca fue creada en 1218 mediante la bula papal de Alejandro IV y bajo el rey Alfonso X, es la primera institución europea que toma el nombre de universidad, siendo a la vez Real y Pontificia. La universidad de Salamanca se proyectó en las universidades hispanoamericanas, como la de San Marcos de Lima fundada en 1551.

El siglo XIX, influido por el pensamiento laicista de la Revolución Francesa, condujo a toda Europa a una fuerte secularización. El antiguo modelo de universidad que integraba una autonomía respecto al Estado y la presencia de ciencias eclesiásticas en el seno de la institución cesó del todo dando lugar a un “modelo único de universidad estatal, centralista y laica”.

¿Qué rasgos definen a una universidad?
Pueden servirnos como referencia los principios fundamentales de la “Carta Magna de las Universidades de Europa”, suscrita por los Rectores de las Universidades europeas el 18 de septiembre de 1988, con ocasión del IX Centenario de la fundación de la Universidad de Bolonia.

En línea con esa Carta podríamos señalar cinco rasgos que caracterizan a la universidad:

    a. Búsqueda y transmisión de la verdad: la universidad es el resultado del trabajo conjunto de profesores que investigan, enseñan y comparten sus descubrimientos con estudiantes que aprenden e incorporan conocimientos, actitudes y hábitos necesarios para la profesión y para la vida. La universidad es lugar propicio para el estudio riguroso, para la indagación sobre los fenómenos y sobre sus causas, para plantearse preguntas en todos los campos: la ciencia, el arte, las humanidades. La universidad reconoce la metodología propia de cada ciencia, a la vez que invita al diálogo entre las diferentes áreas del saber. El principal legado intelectual que deja la universidad en sus miembros es el hábito de buscar la verdad, sin conformarse con respuestas superficiales.

    b. Universalidad: como su propio nombre indica, la universidad implica mentalidad universal, apertura a otras personas, ideas y culturas. El carácter internacional de la universidad enriquece los puntos de vista y las relaciones entre profesores y estudiantes de diferentes países y tradiciones. El espíritu universitario no marca fronteras ni levanta barreras, tiende a aportar visión de conjunto. Desde el punto de vista temático, la universalidad implica apertura a la interdisciplinariedad y humildad respecto a los límites de la propia disciplina.

    c. Libertad: por su propia naturaleza, la universidad requiere independencia de los poderes políticos y económicos, autonomía frente a influencias e intereses, de manera que la investigación y la docencia se desarrollen de acuerdo con los criterios propios de las labores educativa y científica. La libertad dentro de la institución es también requisito del trabajo universitario.

    d. Convivencia: a la vez que se amplían los horizontes intelectuales y culturales, en la universidad se aprende a convivir con personas que piensan de modo diferente. La universidad es un proyecto que se realiza de modo pleno sólo cuando existe un clima de colaboración y respeto mutuo. Ser universitario implica un modo de entender la vida, supone capacidad de comprender y de convivir.

    e. Servicio: la universidad trata de reconocer las necesidades de la sociedad en la que vive y de formular respuestas adecuadas. Además de las aportaciones que suponen la educación de los jóvenes y el progreso de las ciencias, las universidades desarrollan una labor de transmisión del conocimiento que representa un servicio variado y constante a la sociedad.

En estos rasgos se descubre la huella del origen cristiano de la institución universitaria, que ha pasado a formar parte del patrimonio de todas las universidades.

LA UNIVERSIDAD DEL SIGLO XXI
Pero la universidad ha ido cambiando en los últimos años, especialmente en Europa. Hay una diferencia radical respecto a aquellas universidades que nacieron para buscar, la verdad juntos, maestros y discípulos.

Hoy podríamos afirmar que la universidad como la sociedad europea están en un profunda crisis antropológica y espiritual marcada por el olvido de las raíces y fundamentos de la cultura europea: el rechazo del cristianismo, la negación de lo Absoluto, la “muerte” de la filosofía, la negación de los valores, el relativismo, la sobrevaloración del diálogo y el consenso en la búsqueda de la verdad moral, la suplantación de la moral por el derecho, la degradación de la cultura y el arte etc.

No es fácil plasmar en esta breve síntesis las características de la universidad de nuestro tiempo, sin correr el riesgo de simplificar las cosas, pero de forma general me atrevo a identificar cinco grandes rasgos que definen la educación superior en la actualidad:
☑️ Modelo empresarial,
☑️ Empleabilidad,
☑️ Especialización
☑️ Investigación
☑️ Ideologización.

Con el primer aspecto mencionado, lo que hemos llamado “modelo empresarial”, me refiero a que a que la institución universitaria se ha convertido actualmente en un organismo cuya evaluación de la “calidad” paradójicamente se ha de medir con “indicadores cuantitativos”, “medibles”. Con este fin, existen agencias de acreditación y Calidad (ANECA, SUNEDU…) que, a través de unos estándares fijados, valoran tanto el perfil de los docentes como las titulaciones universitarias.

Puntos clave en este proceso evaluador son, por ejemplo, el número de artículos publicados, el número de citas para ponderar el impacto de las investigaciones, estadísticas sobre la satisfacción de los “agentes implicados”, estudios de inserción laboral, etc. En este orden de cosas, la universidad es una empresa, los estudiantes, clientes, y los títulos universitarios, “productos” que se ponen a la venta por la ley de la “oferta” y la “demanda”.

¿Y qué clase de productos ha de ofrecer la universidad? Pues aquellos que tengan el sello de la empleabilidad —el segundo rasgo al que hemos aludido—, es decir, que garanticen el acceso a puestos de trabajo al término de los estudios.

Con ello se está afirmando el giro de la universidad como casa del saber, a la universidad como centro de capacitación profesional.
Esto significa que si una titulación universitaria no genera empleados en los distintos sectores sociales cuyo trabajo esté estrictamente vinculado al título que estudiaron, se considera un fracaso y un sinsentido. En estos términos, no “renta” que alguien, tras obtener su grado universitario, se dedicase al cuidado de sus hijos; o que, además de Economía, estudiase un grado de Humanidades, si después va a trabajar en un banco.

Y si el fin de la universidad es la empleabilidad, se considera entonces que la especialización — tercer aspecto— es el medio para conseguirlo. Lo realmente interesante es que los individuos reciban una educación superior que los haga especialistas y cuanto más lo sean, mejores profesionales serán.

Pero no son los grados los únicos “productos” que ha de crear una universidad. El otro gran “producto” es la investigación.
Sin embargo, no todo tipo de investigación es valorada de la misma manera, pues la potenciación y el amparo financiero y legal de los que gozan, por ejemplo, los llamados “estudios de género” por instancias políticas, limitan en gran medida la libertad investigadora. Esta ideologización – nuestro quinto aspecto- hace que la universidad deba estar subordinada a fines foráneos, conducidos por intereses políticos y económicos. Véase también como se intenta introducir la ideología de género en la Universidad.

Estos rasgos que acabamos de mencionar constituyen el panorama de la universidad de nuestro tiempo, al menos así es en Europa.
En este mismo sentido, nos decía el Benedicto XVI en el inolvidable encuentro con profesores en el Escorial:
“A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica.

Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación universitaria, Sin embargo, vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes, sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano”.

La Universidad no es una fábrica de titulados, no ha de regirse sólo por criterios de eficiencia y rendimiento económico, por muy necesarios que estos sean. Quienes en ella enseñan no son funcionarios, sino profesores, es decir, aquellos que han hecho profesión de consagrarse al estudio de la verdad. El objetivo de la Universidad no es únicamente conseguir la inserción en el mercado de trabajo, sino antes y, sobre todo, la búsqueda de la verdad, en esa relación única que se establece entre el maestro y el alumno, verdadera comunión de vida, «ayuntamiento», en las palabras del rey sabio. Decir Universidad es decir universalidad en el saber, la pasión por el conocimiento en toda su extensión, de la que participan todas las facultades, para superar la fragmentación de saberes en que tiende a encerrarse el conocimiento.

Nada de lo humano puede ser ajeno a la Universidad, comenzando por la persona humana. ¿Qué clase de Universidad sería aquella que ignora al hombre como objeto de estudio, aquélla que, por aumentar su rendimiento con vistas a satisfacer la demanda de puestos de trabajo en el mercado, o estar bien situada en los Ranking internacionales, elimina como superfluas las grandes cuestiones de la existencia humana: Dios, el sentido de la vida, la muerte, la justicia, la paz, la historia, la reflexión ética y la búsqueda del fundamento de las cosas? ¿Qué médicos, informáticos, fisioterapeutas, periodistas, ingenieros, serán aquellos que saben cómo funcionan las cosas, pero no para qué?

En realidad, detrás de cada modelo universitario se esconde un modelo de hombre. La Universidad será lo que sea el modelo de hombre que está en su base.

Ante una universidad estatal, laicista, utilitarista, una universidad afectada de una grave crisis antropológica y espiritual cabe preguntarnos:

¿CUÁL ES EL PAPEL QUE JUGAMOS LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS EN EL S. XXI?
Las Universidades católicas hoy más que nunca tienen sentido y justificación si son ciertamente lo que tienen que ser, lo que nos manda la constitución Excorde Eclesiae. Tenemos que ser ante todo universidades de altura científica pero además un laboratorio de fe, de esperanza y sentido para tantos jóvenes que pasan por nuestras aulas. Nuestra existencia se justifica si ciertamente mantenemos viva nuestra identidad católica y clara nuestra misión.
(En este sentido La Congregación para la Educación Católica ha publicado recientemente un documento sobre la identidad de la escuela católica)

¿Cuál es nuestra identidad?
El termino identidad se define en el Diccionario de la Lengua Española, como el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás, y en otra de sus acepciones se define como la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás.

Ahora bien, hemos de reflexionar sobre algunas cuestiones que con frecuencia nos planteamos quienes trabajamos en universidades católicas: ¿en qué consiste la identidad cristiana?, ¿cuáles son sus principales manifestaciones?, ¿cómo influye en las actividades de quienes trabajan en ella?, ¿cómo comunicamos lo que somos?, ¿Qué es lo propio de una universidad Católica?, ¿Tienen sentido hoy las universidades católicas?, ¿Qué es lo que hace católica a una Universidad Católica?, ¿Que dificultades encontramos hoy?

¿Qué rasgos definen a una universidad católica?
Cuando hacemos esta pregunta, probablemente alguien nos puede contestar que una universidad católica (UC) es aquella que se rige por la normativa de la Ex Corde Ecclesiae, que pertenece al Obispado, o a alguna orden religiosa o la Conferencia episcopal de un país; que el gran canciller es el Obispo diocesano…
Las UC tienen unos estatutos donde se recoge su identidad y misión según la Ex Corde Ecclesiae y así suele figurar en la página Web Institucional, allí se hace referencia a los valores evangélicos, el humanismo cristiano y la tradición intelectual católica.
Alguien nos podría decir que es católica porque tiene facultad o cátedra de teología y filosofía. Además, tiene capilla en el campus, se celebran actos litúrgicos, y se enseñan materias curriculares obligatorias para todos como la teología, la ética o doctrina social cristiana etc.

Otra respuesta frecuente, es la que define a la UC, como un centro académico que se caracteriza por la presencia de personas que, animadas por su fe y en la fidelidad hacia el Magisterio de la Iglesia, trabajan para la renovación del orden temporal en el campo específico de la educación superior.
Esta respuesta está bien: es deseable, en efecto, que los docentes de una Universidad católica sean, en su mayoría, católicos comprometidos; esto es aún más cierto para aquellos que tienen funciones de responsabilidad como los vicerrectores, decanos o el rector.

Sin embargo, existe el riesgo de que los docentes, el personal, los directivos y mandos intermedios actúen sólo como individuos: su buena voluntad, su compromiso y su testimonio sean más individuales que institucionales.
Pero, una Universidad católica es más que una colección de individuos aislados que viven su fe. Precisamente, es como Institución, como comunidad, como las Universidades católicas dan testimonio, se comportan y manifiestan como una comunidad educativa unida en una misma misión.

Es más, las UC son expresiones estructuradas de la misión de la Iglesia; representan instituciones reconocidas públicamente cuyas actividades académicas fundamentales, la escolarización y el servicio, «deberán vincularse y armonizarse con la misión evangelizadora de la Iglesia». Siendo así, aceptan los derechos y las responsabilidades que derivan de su relación visible con la Iglesia local y universal.

Según su propia naturaleza, toda universidad católica presta una importante ayuda a la Iglesia en su misión evangelizadora. Se trata de un vital testimonio de orden institucional, de Cristo y de su mensaje, tan necesario e importante para las culturas impregnadas por el secularismo o allí donde Cristo y su mensaje no son todavía conocidos de hecho.

Podemos decir que lo propio de una universidad católica, en cuanto que católica, no son los signos externos, que, aunque importantes no son fundamentales, lo específico es el compromiso con la fe expresada en la tarea evangelizadora, es la participación en la misión evangelizadora de la iglesia.

La Universidad Católica, nacida del corazón de la Iglesia, como nos dice la Ex Corde Ecclesiae, tiene una identidad específica y está llamada hoy a una misión concreta. Hemos de ser agentes activos en el proceso de la nueva evangelización, según el deseo del Papa Benedicto XVI.

Nueva evangelización en la que la Universidad tiene que dar una respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios sociales, culturales, económicos, políticos, de investigación científica y tecnológica que diseñan la cultura a través de la cual referimos nuestras identidades y buscamos el sentido de nuestras existencias
La Universidad católica está llamada a promover una cultura más profundamente enraizada en el Evangelio; a descubrir al hombre nuevo que existe en nosotros gracias al Espíritu que nos ha dado Jesucristo y el Padre.

La Universidad Católica es sin duda alguna, uno de los mejores instrumentos que la Iglesia ofrece a nuestra época, que está en busca de certeza y sabiduría.

Todas las actividades de una Universidad Católica deben vincularse y armonizarse con la misión evangelizadora de la Iglesia:
La investigación realizada a la luz del mensaje cristiano, que ponga los nuevos descubrimientos al servicio de las personas y de la sociedad;
La formación de los alumnos dada en un contexto de fe, que prepare personas capaces de un juicio racional y crítico, y conscientes de la dignidad trascendental de la persona humana;
La formación profesional que incluya los valores éticos y la dimensión de servicio a las personas y a la sociedad;
El diálogo con la cultura, que favorezca una mejor comprensión de la fe, así como la investigación teológica, que ayude a la fe a expresarse en lenguaje moderno.

Dicho esto, un papel esencial en las UC tienen los profesores universitarios. Tenemos que esforzarnos por mejorar cada vez más nuestra competencia profesional y por encuadrar el contenido, los objetivos, los métodos y los resultados de la investigación de cada una de las disciplinas en el contexto de una coherente visión del mundo.

Los docentes cristianos están llamados a ser testigos y educadores de una auténtica vida cristiana, que manifieste la lograda integración entre fe y cultura, entre competencia profesional y coherencia de vida cristiana.
Hemos de transmitir a los estudiantes la obligación de ser conscientes de la seriedad de su deber y sentir la alegría de poder ser el día de mañana «líderes» cualificados y testigos de Cristo en los lugares en los que deberán desarrollar su labor.
Uno de los retos como educadores es educar en el rigor y el gozo de la luz de la razón, en su sentido más amplio.
Una tarea fundamental es el enseñar a pensar a nuestros alumnos, en enseñarles a discernir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira.

Me atrevo a decir que hoy, en la mayoría de las universidades católicas convivimos un reducido número de consagrados o católicos comprometidos, con un numero proporcionalmente elevado de laicos, si bien es cierto que los órganos de gobierno suelen estar en manos de religiosos o católicos comprometidos, pero creo que esto no es suficiente para contribuir a esa Nueva Evangelización a la que estamos comprometidos de forma institucional y no sólo personal.

A los profesores y personal de administración que se incorporan a la UC se les exige el respeto, como mínimo de la identidad católica al ser contratados, así figura en la Ex Corde Eclesiae:
“La identidad de la Universidad católica va unida esencialmente a la calidad de los docentes y al respeto de la doctrina católica. Es responsabilidad de la autoridad competente vigilar sobre estas exigencias fundamentales, según las indicaciones del Código de Derecho Canónico.
Al momento del nombramiento, todos los profesores y todo el personal administrativo deben ser informados de la identidad católica de la institución y de sus implicaciones, y también de su responsabilidad de promover o, al menos, respetar tal identidad”
.

La capacidad y la voluntad de participar en el proyecto educativo cristiano son requisitos para trabajar en este tipo de universidades. Conviene tenerlo en cuenta antes de la contratación y a lo largo de toda la relación laboral. Existen circunstancias que hacen desaconsejable la incorporación o la continuidad de personas que, en la teoría o en la práctica, no sintonizan con el proyecto. Y, en sentido positivo, es muy importante buscar activamente profesionales que estén en condiciones de llevarlo adelante.

Es cierto que la Pastoral universitaria bien organizada y convenientemente atendida cumple un papel importante en la acción evangelizadora, pero son los profesores, los profesores de cada una de las materias, los que están en contacto directo en las aulas, en los laboratorios, en la tutorías con un mayor número de alumnos, de ahí la importancia de evangelizar a los evangelizadores, es decir a los docentes y PAS, mediante propuestas que les acerquen a un mayor conocimiento de Jesucristo, del evangelio, de la doctrina y moral católica.

Es necesario tener un plan de formación para el profesorado y personal no docente con la finalidad que conozcan la identidad y misión de la universidad.

A veces consistirá en el estudio de documentos, participación en congresos, peregrinaciones, cursos de formación en teología, filosofía, fe-razón, fe-ciencia, Encuentros de Universitarios Católicos etc.

Es fundamental que nuestros docentes sean profesionales excelentes, pero no es menos importante que sean testigos de esperanza para trasmitir a nuestros alumnos los valores y virtudes propias del cristianismo. Han de ser maestros que dediquen todo el tiempo que sea necesario al trato personal con el alumno, haciendo del despacho un lugar para la confidencia, donde se estimule la pasión por el saber y el deseo de aspirar a metas más altas.

Un aspecto importante es la coherencia de vida de los que componemos la comunidad universitaria.

Hemos de ser coherentes en todo momento y situación, en cualquier actividad, sea académica o no, hemos de ser ejemplares en la conducta, en lo que se nos pide como profesor o trabajador de una institución de la Iglesia.

En este siglo de pandemias y guerras, de tanto sufrimiento e incertidumbre, las universidades católicas, a pesar de nuestras dificultades, somos un signo de esperanza para nuestra sociedad.

Termino con una consigna, con el lema del Cardenal Newman, “cor ad cor loquitur”, “el corazón habla al corazón». Sin amor no puede haber confianza ni formación. Un profesor será un gran maestro en la medida en que se esfuerce en querer a sus alumnos.

Gracias y feliz curso académico.


Mª del Rosario Sáez Yuguero
Rectora de la Universidad Católica de Ávila

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