Santa Rosa de Lima
Por: P. Jorge Villegas Flores
Capellán de la Facultad de Medicina USAT
Capellán de la Facultad de Medicina USAT
Si habláramos en términos de marketing, Santa Rosa de Lima sería sin duda el rostro de la santidad en el Perú. Se dice que era de extraordinaria belleza y por eso aquella que, oficialmente se llamaba Isabel Flores de Oliva, fue llamada Rosa cuando tenía tres meses de edad, cosa que a ella le molestó durante mucho tiempo, pues le parecía presuntuoso. Pero su belleza trasciende su aspecto físico, dos cosas se destacan siempre en las reseñas que se han escrito sobre ella y que la hacen aún más atractiva, por una parte, su profunda espiritualidad, y por otra, una excepcional preocupación por el prójimo y la naturaleza.
Nació en 1586 en la ciudad de Lima. Su padre, Gaspar, era arcabucero del ejército español; y su madre, María, era costurera. Fue la cuarta de catorce hermanos. Con solo 5 años se hace muy devota de la imagen del Niño Jesús y empieza a practicar la oración mental. A los 11 o 12 años recibió el sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo santo Toribio de Mogrovejo. Por esa época, inspirada en la vida de Santa Catalina de Siena, decide hacer voto de virginidad y, al mismo tiempo, opta por la austeridad y penitencia como caminos de perfección alcanzando, de esta manera, una especial comunión con Dios. Por reveses económicos de sus padres, a los 15 años se ve obligada a trabajar en el huerto y bordar telas con el fin de ayudar en la maltrecha economía familiar. A los 20 años, en 1606, consiguió ingresar en la Tercera Orden de Santo Domingo como laica dominica y virgen consagrada, siguiendo los pasos de Santa Catalina. Construyó una pequeña ermita de adobe en la huerta de su casa y allí se recluía muchas horas dedicándose a la oración. Este estilo de vida no la alejaba del mundo, muy al contrario, servía con sumo cuidado a los pobres y procuraba el bien espiritual de todos. Con 28 años, Santa Rosa contrajo la tuberculosis, lo cual hizo que su salud fuese empeorando poco a poco hasta morir. Murió el 24 de agosto de 1617. Fue declarada beata en 1668 por el papa Clemente IX y canonizada por Clemente X en 1671, proclamándola “Principal Patrona del Nuevo Mundo”. Es la primera santa americana.
No cabe duda de que hay una distancia no solo temporal sino también cultural entre Santa Rosa y nosotros. Ella vivía en una sociedad en la que el centro unificador de toda la realidad era Dios, la vida no se entendía sin referencia al Creador. En ámbito espiritual, a nivel eclesiástico, se había promovido entre los fieles la importancia de la oración vocal, las penitencias y las obras de caridad, además de asistir a los sacramentos y participar en piadosas devociones populares. La sociedad contemporánea, nuestra sociedad, por otra parte, se caracteriza por el indiferentismo religioso y el secularismo. Por tal motivo, algunas de las prácticas piadosas y penitenciales de Santa Rosa, para muchos, pueden resultar incomprensibles. Sin embargo, en el origen de esas prácticas está un profundo y tierno amor a Dios que derivaba en una preocupación sincera por el bien del prójimo.
La contemplación del testimonio de vida de Santa Rosa de Lima invita a todos a vivir la heroicidad en las expresiones de afecto a Dios y en el espíritu de servicio a los demás. Sigue siendo modelo para aquellos jóvenes que sienten un anhelo profundo de entregarse a causas nobles lejos de la superficialidad y el conformismo. Finalmente, quede como muestra del tierno amor a Dios que Santa Rosa manifiesta un fragmento de la oración que le gustaba repetir:
“Yo os quiero amar benignísimo Jesús con aquel perfectísimo amor, eficacísimo amor, verdaderísimo amor, inefabilísimo amor, intensísimo amor, incomparable amor, incomprensible amor, incontrastable amor, invencible amor, con el que todos los cortesanos del Cielo os aman”.
