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Homilía de la Misa de recepción de los Sacramentos de la Iniciación Cristiana
El día sábado 09 de noviembre, más de un centenar de estudiantes de nuestra Universidad, recibieron los sacramentos de la Iniciación Cristiana: Bautismo, Confirmación y Primera Comunión.
Los Sacramentos fueron conferidos por el Gran Canciller de la Universidad y Obispo de la Diócesis de Chiclayo, Mons. Edison Farfán Córdova O.S.A. Compartimos la emotiva homilía de la Misa:
Queridos hermanos: en virtud del Bautismo «el Pueblo Santo de Dios participa de la función profética de Cristo, dando testimonio vivo de Él sobre todo con una vida de fe y de caridad» (LG, 12). Gracias a la unción del Espíritu Santo recibida en el Bautismo (cf. 1Jn 2,20.27) todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, llamado sensus fidei.
De esta participación deriva la aptitud para captar intuitivamente lo que es conforme a la verdad de la Revelación en la comunión de la Iglesia. Por eso, la Iglesia está segura de que el santo Pueblo de Dios no puede equivocarse al creer cuando la totalidad de los bautizados expresa su consenso universal en materia de fe y de moral (cf. LG, 12).
Es a partir del sacramento del bautismo de donde brotan las vocaciones, carismas y ministerios; recibimos la triple función para ser sacerdotes, profetas y reyes porque participamos del Sacerdocio de Jesucristo.
Hoy también reciben el sacramento de la Confirmación. La Confirmación es el sello del Espíritu Santo en sus vidas, es el Espíritu que los impulsa a vivir una fe madura, a ser misioneros de Cristo, y a comprometerse con su misión en el mundo, especialmente para servir, llevando la Buena Nueva con su vida donde Él los envíe, especialmente a las periferias geográficas y existenciales, a los lugares más alejados para servir a los pobres.
Reflexionábamos en la Segunda sesión de la XVI Asamblea Ordinaria del Sínodo de los obispos:
Dentro del itinerario de la iniciación cristiana, el sacramento de la Confirmación enriquece la vida de los creyentes con una particular efusión del Espíritu con miras al testimonio. El Espíritu que llenó a Jesús (cf. Lc 4,18), que lo ungió y lo envió a anunciar el Evangelio (cf. Lc 4,18), es el mismo Espíritu que se derrama sobre los creyentes como sello de pertenencia a Dios y como unción que santifica. Por eso la Confirmación, que hace presente la gracia de Pentecostés en la vida del bautizado y de la comunidad, es un don de gran valor para renovar el prodigio de una Iglesia movida por el fuego de la misión, que tiene el valor de salir a los caminos del mundo y la capacidad de hacerse comprender por todos los pueblos y culturas. Todos los cristianos están llamados a contribuir a este impulso, acogiendo los carismas que el Espíritu distribuye abundantemente a cada uno y comprometiéndose a ponerlos al servicio de los demás con humildad e ingenio creativo (Documento Final del Sínodo, 25).
La Confirmación es el sacramento en el que el Espíritu Santo se derrama en plenitud, completando la gracia que recibieron en su Bautismo.
En el Bautismo, ustedes fueron acogidos como hijos de Dios. Hoy, el Espíritu les da fortaleza, sabiduría, entendimiento, ciencia, temor de Dios, inteligencia; son dones que los harán fuertes en la fe y capaces de afrontar los desafíos de la vida con una mirada renovada y con el corazón lleno de gratitud para ponerse al servicio de los demás. Nunca olviden que estamos llamados a salir de nosotros mismos para ponernos al servicio de la humanidad. Estamos llamados a ser buen olor de Cristo para las personas que Dios pone en nuestro camino.
Hacemos nuestras las palabras del Profeta Isaías: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados…Para consolar a los afligidos.
La Confirmación no es el final de su camino en la fe, sino el comienzo de una nueva etapa: ahora son maduros en la fe y están llamados a crecer en todas las dimensiones, especialmente a crecer en gracia, santidad y sabiduría. Ustedes son jóvenes que, a través de sus estudios universitarios, se preparan para el mundo laboral, para enfrentar a la sociedad con sus desafíos y con su gran riqueza, tienen un plus grande, son jóvenes con valores, tienen testimonio de vida, son jóvenes con fe.
El Espíritu Santo que reciben los envía al mundo para una gran misión; ser luz, esperanza y testimonio del amor de Dios en los diversos lugares y contextos: universidad, trabajo, grupo de amigos y la familia. Jóvenes nunca olviden que están llamados a servir a los pobres, a valorar las culturas autóctonas y originarias, al cuidado de la casa común y trabajar siempre por la justicia.
Los jóvenes son el presente y el futuro de la Iglesia y la sociedad, en los jóvenes hay dinamismo y creatividad, ustedes nos evangelizan con su alegría y fortaleza, tienen una riqueza espiritual que vale la pena que sea acompañada y fortalecida para que luego dé frutos abundantes.
No están solos, tienen al Espíritu Santo que los acompaña y los guía, Él es el defensor y nuestra luz, es el Paráclito.
Queridos jóvenes, nunca pierdan el horizonte de la comunión ni olviden que hemos sido creados a Imagen y Semejanza de Dios para amar a la humanidad, crecer en bondad y en sabiduría. Hay mayor alegría en dar que en recibir.
Esta iniciación cristiana que hoy reciben implica ser testigos del Señor Resucitado en todas las dimensiones de su vida: en sus relaciones interpersonales, en la manera en cómo estudian, en cómo tratan a la gente sencilla, y en su preocupación por la justicia, la verdad y el bien común. Recuerden, amados jóvenes, que somos promotores de vida y no de muerte.
En el claustro de nuestro interior debemos preguntarnos ¿Cómo puedo reflejar el amor de Cristo aquí y ahora, es decir, en esta realidad actual? Esto puede ser difícil, pero recuerden que el Espíritu Santo que hoy reciben es su ayuda y su fortaleza. Son las Palabras del Evangelio de hoy, el Espíritu es nuestro defensor, nos mostrará el camino que debemos seguir.
Recibir el Espíritu Santo es también un llamado a comprometerse con la opción por los pobres. Jesús mismo nos muestra con su vida que Dios tiene una predilección especial por quienes sufren, por quienes son marginados o excluidos, Jesús amaba a la persona humana, nunca la dejaba sola en el camino. Por tanto, estamos llamados a tener una mirada atenta y compasiva hacia los pobres, a luchar por la justicia, la paz y la dignidad de cada persona. Esto es parte de vivir una fe auténtica, una fe que no se queda en palabras, sino que se transforma en acción y en compromiso. La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica.
La Confirmación los envía a ser protagonistas del cambio. La Iglesia y la sociedad necesitan jóvenes como ustedes, capaces de marcar la diferencia desde la alegría del Evangelio, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG, 1). Nunca lo olviden.
No tengan miedo asumir su compromiso cristiano en su vida diaria. Que no les dé miedo seguir el camino de Jesús, incluso cuando el camino sea difícil.
En este itinerario espiritual le pedimos a la madre del Buen Consejo, que nos guíe para ser discípulos y misioneros en salida: “en la Virgen María, Madre de Cristo, de la Iglesia y de la humanidad, resplandecen a plena luz los rasgos de una Iglesia sinodal, misionera y misericordiosa. Ella es, en efecto, la figura de la Iglesia que escucha, ora, medita, dialoga, acompaña, discierne, decide y actúa. De ella aprendemos el arte de la escucha, la atención a la voluntad de Dios, la obediencia a su Palabra, la capacidad de captar las necesidades de los pobres, la valentía de ponerse en camino, el amor que ayuda, el canto de alabanza y la exultación en el Espíritu” (Documento Final del Sínodo 29).
Hoy el Espíritu Santo viene a ustedes como un fuego que ilumina y transforma. ¡Abran su corazón, de par en par, sí, abran su corazón, dejen que el Espíritu Santo los llene de sus dones y acepten el llamado de Dios a ser sus testigos fieles de la alegría del Señor Resucitado!