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Articulos Filosofía y Teología

Pedro y Pablo: Apóstoles de la Evangelización

Por: P. Fabián Vallejos Malca

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“Y todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia” (Col 3,23-24)

Con motivo de la solemnidad de los apóstoles San Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia, reflexionemos sobre la experiencia de fe, el gran amor a Cristo y la evangelización que realizaron; así como la fidelidad a la Doctrina y a la Iglesia que nos han dejado mediante su testimonio.

¿Quiénes son Pedro y Pablo?

Pedro elegido apóstol, duda, se duerme mientras Cristo ora en el huerto, niega a su maestro, pero se arrepiente, cree, ama y es fiel a Dios y a la iglesia.

Una figura notable que resume en su propia persona este conglomerado de culturas que se entrelazan desde la cruz es, sin duda alguna, Pablo de Tarso: judío por raza y tradición, griego por cultura y formación, romano por ciudadanía.

Estos apóstoles tuvieron un encuentro personal íntimo, una experiencia con Cristo resucitado, vivo y a partir de ese acontecimiento cada uno cambió en su forma de pensar y de vivir, es decir, su cultura y lo entendieron todo desde la fe en él. San Pablo dirá: “me amó y se entregó por mí, todo lo estimo basura comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, sé de quién me he fiado”.

A ejemplo de estos apóstoles

El mensaje del Evangelio se propaga no como una cultura que se sobrepone a las otras, sino como un elemento que las cualifica con nuevo sentido y con valores.

La cultura existente, la cultura aveniente, las culturas indígenas y afroamericanas, las culturas rurales, urbanas e industriales, todas deben ser llevadas a un nuevo proceso de auténtico humanismo, de auténtico cristianismo. Allí, donde crece la cultura de la muerte, la violencia y el terrorismo, la drogadicción y el narcotráfico, la corrupción y la miseria; allí donde se desnaturaliza la dimensión integral de la sexualidad humana creciendo el ámbito de la permisividad y promiscuidad. Allí, hace falta ofrecer la cultura de la vida, “ofrecer el Evangelio de Jesús con el testimonio de una actitud humilde, comprensiva y profética”, en diálogo respetuoso, franco y fraterno. Solo así se podrá avanzar con firmeza hacia las culturas cristianizadas.

“La Iglesia, que considera al hombre como su ‘camino’, ha de saber dar una respuesta adecuada a la actual crisis de la cultura. Frente al complejo fenómeno de la modernidad, es necesario dar vida a una alternativa cultural plenamente cristiana. Si la verdadera cultura es la que expresa los valores universales de la persona, ¿qué puede proyectar más luz sobre la realidad del hombre, sobre su dignidad y razón de ser, sobre su libertad y destino que el Evangelio de Cristo?” (ver Redemptor hominis, 14).

En este contexto, las universidades también deben responder a esta exigencia, puesto que son los centros de formación de miles de ciudadanos que se pondrán al servicio de sus naciones. Al respecto de esta labor, Juan Pablo II en la exhortación apostólica Ex corde Eclesiae (N°12-13), nos dice: “La Universidad Católica, en cuanto Universidad, es una comunidad académica, que, de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales, nacionales e internacionales”.

Así, puesto que el objetivo de una Universidad Católica es el de garantizar de forma institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura, ella debe poseer, en cuanto católica, las características esenciales siguientes:

  • Una inspiración cristiana por parte, no solo de cada miembro, sino también de la Comunidad universitaria como tal.
  • Una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de ofrecer una contribución con las propias investigaciones.
  • La fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia.
  • El esfuerzo institucional a servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da sentido a la vida.

Finalmente, diremos que cada uno de nosotros y nosotras tenemos hoy la oportunidad de encontrar a Cristo vivo en nuestro trabajo, en el estudio en la oración y en el prójimo; por lo tanto urge hacer vida las enseñanzas de Pablo: “Y todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia” (col. 3,23-24)

Que hagamos día a día en la iglesia, en nuestra universidad y en la sociedad un lugar de justicia, paz, alegría y fraternidad con entrañas de misericordia sobre todo con los más pobres.

Evangelicemos la cultura con la ayuda del Espíritu Santo, desde la universidad, a ejemplo de san Pedro y san Pablo.

Lo bueno y noble perdura eternizado en la dicha.

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