Coherencia ética en la vida del profesor universitario
Dra. Mirtha Flor Cervera Vallejos
La tarea educativa debe orientarse hacia el estudiante, ayudarlo a que descubra y asuma el propio sentido de su vida y desarrolle al máximo sus potencialidades de crecimiento, en forma armónica y ponderada, así lo señala Waldow (2009, p, 250): “el interés del profesor es el alumno, y más que lo relacionado con su disciplina, importa saber, quién es él y cómo va a aprender a aprender”, de allí que se reclame excelentes profesores con idoneidad ético-moral y no solo académica, de tal manera que formen a los estudiantes integralmente, para el logro de su madurez intelectual y humana.
El estudiante universitario percibe más de lo que el profesor directamente quiere mostrarle. Detrás de sus explicaciones -supuestamente neutras- está su idiosincrasia y su personalidad; pues, a la vez que enseña su materia, está influyendo en los estudiantes “predicando con el ejemplo”, de allí que en la ley de educación Peruana 2804, en su artículo 6° establezca la formación ética y cívica como obligatoria en el proceso educativo, confirmada, por la ley universitaria 30220, artículo 5° inciso 5.17, que la universidad se rige por los principios de ética pública y profesional estableciendo entre uno de sus fines: “formar profesionales de alta calidad de manera integral y con pleno sentido de responsabilidad social…”.
Este aspecto, señalado por la ley universitaria debe darse en toda la dinámica interpersonal del proceso educativo, pues la misma está impregnada de principios, valores y virtudes, por ello no se puede olvidar que en el aspecto ético, lo que más se aprende es lo que se vive, expresado en la conducta y las percepciones de la realidad en la formación universitaria, de allí que un profesor universitario para formar a sus estudiantes requiere según las apreciaciones de Domínguez (2003, p. 16-17), habilidades emocionales: saber relacionarse, saber dialogar y resolver conflictos; y habilidades volitivas o morales: autodominio, saber estimarse, afrontar con fortaleza las dificultades. Sobre estas capacidades se construye la reflexión ética: invitación a la autonomía a lanzarse a pensar por uno mismo con la única finalidad de contribuir a la formación ética del otro, porque la formación en la actualidad tiene lugar en situaciones sociales de gran complejidad y ambigüedad que no puede resolverse con la simple aplicación de conocimientos científicos, ni solo con el conocimiento técnico por muy eruditos que le parezcan al profesor.
Igualmente, de manera específica, los deberes de todo profesor universitario están señalados en su código de ética y deontología, según la profesión que desarrolla y todo código de ética exige como deber imperativo, que el profesor demuestre en el día a día una sólida formación, científica, técnica y humanística que lo conduzca a la certificación y recertificación, para asegurar una preparación profesional de alta calidad. Y nadie se va perfeccionando sino práctica la ética, saber que guía la conducta hacia la realización del bien. Nos hacemos humanos en la medida en que el ser preside el hacer. Entonces no es propio de un profesor universitario, que cultiva el saber superior amenazar a los estudiantes, hacerles bromas de mal gusto o en segundo sentido, si sucede, el propio profesor se desubicó en su misión, es decir hacia la gran aportación que debe dar a un estudiante universitario; su gran producto, según las apreciaciones de Polo (2006, p. 18), es proporcionar las élites ciudadanas, distintas según los países, no en términos económicos sino en calidad formativa, de acuerdo a la formación universitaria recibida, si esta formación fue seria o más bien mediocre.
Es necesario señalar que la influencia de la relación profesor-estudiante, va más allá de la transmisión de conocimientos, debe conducir no sólo a realizar la competencia profesional de los estudiantes sino también su calidad como personas, en este sentido, a veces ocurre que existe desfase entre lo que se enseña y lo que se practica, un pequeño ejemplo que escuchamos cuando pasamos por las aulas “…los profesores en el aula nos dicen que apaguemos los celulares, sin embargo, contestaban los suyos cuando timbraban… o se salen del aula para contestarlos y nos dejan solos”.
Del mismo modo, existen percepciones de los estudiantes de las imposiciones por parte de algunos profesores donde está afectada la libertad de decisión y de elección, con ausencia de diálogo, trayendo como resultado una formación ética limitada, no se apela a una ética vivida, sino más bien una ética pensada, pues no se orientan a preparar a los estudiantes como profesionales responsables de sus actos, en adquirir competencias frente a dilemas éticos, afrontar situaciones que exigen juicio y vivencias morales, ni entender, que la ética es una dimensión importante en la vida de cualquier persona.
Por el contrario, cuando un docente está desintegrado de lo que piensa y en lo que vive, la ética se presenta como algo alejado de la vida cotidiana, además, como cosa aislada y aburrida, que no sirve, que no es importante. Por otro lado, creer que la calidad y el rigor de la formación universitaria se logran cultivando únicamente las cualidades intelectuales, el aprendizaje de conocimientos teóricos y de instrumentos técnicos, ha hecho de la formación ética un asunto de conceptos, susceptible de ser desarrollado por ejemplo en muchas asignaturas en forma transversal, pudiendo no estar adherida como parte de la conducta cotidiana del profesor en su misión de formar a la persona.
También hace falta una relación de ayuda como cooperación, como apoyo o asistencia para que el aprendiz procure, pueda y deba hacer algo por sí mismo; con la ayuda brindada por el profesor, quien debe ser experto en la asistencia a tal logro. Al respecto, Polo (2007, p. 20.24), argumenta que la persona, es un ser de carencias, en todas las dimensiones de su vida: ética, psíquica, orgánica y social, pero llamado a colmarlas de plenitud; un ser cruzado de indigencia y trascendencia que no se aquieta en aquella, pues a la vez se impulsa a ir más allá del límite, es decir a trascender, pues lleva consigo la disposición a la superación.
Superación, que le permite vivir en el mundo, en este caso en el mundo universitario, allí el profesor tiene que saber dar respuesta adecuada a los problemas y circunstancias, con los que se va encontrando, por tanto, resultan insuficientes sólo las habilidades técnicas o los conocimientos especializados, primordialmente cuando se relaciona con la formación. Es necesario saber, qué persona se quiere promocionar para la profesión: al servicio del éxito o de su realización, al servicio de la productividad económica o de la competencia profesional, dueña de si o sometida al sistema de mercado, individualista o para los demás. Por ello, el proceso por el cual un universitario se forma, aprende y decide es complejo. Lo cierto es que un profesor ayuda al estudiante a aprender participando ambos en dicho proceso, como se ha reflexionado con las argumentaciones expresadas por Polo; en efecto, un estudiante requiere ser asistido, ayudado para existir. La coexistencia como trascendental antropológico, determina mejor que existir, debería decirse co-existir, actualizado por la educación brindada, primero por sus padres, luego ir abriéndose progresivamente a otras ayudas, como las proporcionadas por los docentes en sus años de educación primaria, secundaria y las facilitadas por los profesores universitarios en el lapso de cinco años de preparación profesional, que no cabe duda, como lo secunda Ponz (2006, p, 39), dejarán huella, contribuyendo a configurar la propia personalidad del estudiante y reflejado en su propia conducta por poseer trascendencia ética.