¿Cuál es límite del periodista al momento de abordar un caso de abuso sexual?
Docente de la Escuela de Comunicación USAT
Varias voces surgieron señalando a los periodistas como meros carroñeros del dolor ajeno, exponiendo los rostros de las víctimas, sus nombres y demás detalles; acaso innecesarios para la audiencia. Pero es preciso aclarar que cuando un hecho noticioso empieza a tomar forma se debe responder a cinco preguntas básicas que permitan obtener los datos suficientes para la elaboración del reporte periodístico.
Una de estas preguntas está circunscrita a saber la identidad de los participantes. En el caso de un extravío se hace imperante conocer los nombres, edad, señas, vestimenta e imagen de la persona a la que se busca. No hay otra manera de dar con ella. Existen países donde las fotografías se imprimen hasta en contenedores de alimentos para ayudar en su masificación y dar rápidamente con el extraviado.
Pero tan pronto el caso da un viro y se presume de la comisión de un delito en contra del extraviado, el panorama cambia. Más si el delito implica un abuso sexual. En ese momento los medios deben replantear el tratamiento y comenzar a proteger esa identidad que ya fue masificada en cuanta red se posea. He aquí el gran problema, puesto que lo publicado es muy difícil o casi imposible de borrar. Ya no estamos en los tiempos de los medios impresos que, salvo los ejemplares guardados en las hemerotecas, pasan al olvido amarillento de sus páginas de papel.
Si la situación ha cambiado y se procede a eliminar las publicaciones, nada se puede hacer con las capturas que los cibernautas hicieron por su cuenta y que ya inundaron las redes. También está el pseudo reporterismo ciudadano que ha otorgado licencias a cuanta persona se arrogue el trabajo de informar sin tener un átomo de rigor periodístico y solo luchan por la obtención de likes en sus redes, creando medios de comunicación basados en rumores y falsedades.
Además, se debe tener en cuenta que la primera fuente de estas imágenes de índole policial es el material propalado justamente por los agentes que llegan a la escena del crimen y buscan congraciarse con los periodistas a cambio de que su unidad o dependencia sea mencionada como la autora del hallazgo o intervención, obteniendo con ello los réditos a su labor. Inspectoría de la Policía ya se ha pronunciado sobre ello; pero es, quizá, un saludo a la bandera.
En esta cadena de desatinos participan varios actores de mayor a menor responsabilidad probablemente, pero que en ningún eslabón hacen un acto de reflexión sobre la dignidad de la persona que ya suficiente tiene con lo que le ha ocurrido como para ser revictimizada una y otra vez.
Caldear los ánimos es la sal de las redes sociales, aunque nacidas para integrar parece que se degeneraron en balcones llenos de rapaces a la espera del último aliento de vida de quien transite por sus calles y tenga la desdicha de caer herido. A veces, se lanzan a herirles para acelerar el banquete. Por ello se hace urgente un cambio de actitud de todos los intervinientes en el proceso de comunicación de hechos noticiosos como estos donde en busca de la justicia contra el agresor se pasa por encima de la persona agraviada convirtiéndola en meros datos para completar la página policial.
Estamos lejos de aplicar el periodismo social que postula Alicia Cytrynblum, quien nos exhorta con su crítica a la cobertura sin una contextualización debida y tener solo como fuentes exclusivas a las policiales, siendo repetidores de sus reportes y terminología.
Los periodistas, como comunicadores, deben tener en cuenta el papel educador que poseen, labor que Tomás de Aquino define como “la conducción y promoción hasta el estado perfecto de hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”
Sea una oda a la normalidad, debemos rescatar a aquellos medios y personas que no esperaron ser cuestionados para actuar de inmediato y proteger a las víctimas de la perpetuidad de su desgracia en las redes sociales… que en muchas ocasiones son chinchorros que arrastran hacia la orilla asfixiando hasta la muerte… como dicen los jóvenes en el ciberespacio: “literal”