Los terrores del presente y la reflexión de la historia
Por: Víctor Hugo Palacios Cruz – Escritor, filósofo y profesor de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo
El historiador francés Robert Muchembled (n. 1944) ha publicado numerosos trabajos sobre temas difíciles y espinosos como el malestar social, la criminalidad y el sexo en la trayectoria de la cultura europea desde fines del Medioevo hasta nuestros días. En nuestra lengua han aparecido tres de sus libros: Una historia de la violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad, El orgasmo y Occidente. Una historia del placer desde el siglo XVI a nuestros días, e Historia del diablo. Siglos XII-XX.
Los provocadores títulos de sus obras recuerdan que la ansiedad mercantil también alcanza a la esfera del pensamiento y la academia. Sin embargo, detrás del anuncio luminoso el lector encuentra los resultados de unas investigaciones realmente serias, incluso aleccionadoras. Una historia de la violencia plantea que una de las variables del vandalismo juvenil, que asuela a ciudades de Occidente, es la frustración que experimentan los excluidos de los bienes de consumo mostrados por la publicidad como irresistiblemente codiciables y por la realidad como cruelmente inaccesibles. Por su parte, El orgasmo y Occidente concluye que la aguerrida batalla contra los viejos tabúes ha acabado no en un reinado del deleite sino en “el triunfo del narcisismo”, de preocupantes consecuencias para los lazos humanos.
Los estudios de Muchembled extienden la larga influencia de la Escuela de los Anales, que hacia 1929 fundaron en Francia Lucien Febvre y Marc Bloch, con la idea de llevar al arte de la historia el interés por las ciencias sociales, en la certeza de que las personas y los pueblos no son aspectos especializados, sino seres compuestos de innumerables facetas que se entrelazan en una unidad dentro de la cual el pasado no es un resto inerte, sino un músculo, un nervio, una fuerza. Una mirada amplia que dejó atrás la historia de la guerra, los héroes y el poder, para posarse en esos nudos de rica interdisciplinariedad que son las cosas concretas y cotidianas.
A esa perspectiva transversal se debe que ahora tengamos una historia del cine, de la cocina o de la moda. Sin ser discípulos de esta escuela, otros autores han escrito libros alentados por ese espíritu abierto que debería honrar a toda ciencia y a todo profesor: Jean Delumeau y El miedo en Occidente, Umberto Eco y su Historia de la belleza, Ewan Clayton y su Historia de la escritura, Sabine Melchior-Bonnet y su Historia del espejo.
Un día, cuenta Marc Bloch, “acompañaba en Estocolmo a Henri Pirenne. Apenas habíamos llegado cuando preguntó: «¿Qué vamos a ver primero? Parece que hay un municipio completamente nuevo. Comencemos por verlo». Y después añadió, como si quisiera evitar mi asombro: «Si yo fuera un anticuario, solo me gustaría ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida»”
Dice Muchembled en Historia del diablo: “la historia no es un museo polvoriento donde duermen las resplandores del pasado. La historia es un movimiento, un flujo que termina en nosotros y nos modela”. Algunos creen tener su destino totalmente en las manos, y proyectan libremente sus actos ignorando que las imágenes e ideas que los impulsan empezaron mucho antes. “Partiendo del presente remonté la corriente hasta las fuentes” y así es como “he llegado a descubrir al diablo”.
En efecto, Historia del diablo relata cómo a lo largo de los siglos la iconografía de Satán y el Infierno, la interpretación del mal, las relaciones sociales y la moral han sufrido amplias transformaciones según el temor, el olvido o aun el desprecio que lo diabólico haya suscitado. Al margen de consideraciones filosóficas y teológicas, el demonio ha adquirido el peso y la suerte de un hecho cultural, visible aún en las imágenes de lo horrendo y lo sobrenatural de la industria del espectáculo de estos días. “El diablo es siempre un producto de su tiempo”, dice Muchembled.
El diablo feroz que inflige abominables torturas como las que pintó El Bosco en el siglo XV. La visión zoomórfica de Luzbel que lleva al humano a detestar lo que hay de animal en su ser. La brutalidad patriarcal que atribuye a la mujer una debilidad que la vuelve agente del pecado. La incurable depravación de la naturaleza humana en el luteranismo. El riesgo que corre el orgullo racionalista al ridiculizar la creencia en Lucifer, pues “si se piensa que él no existe enseguida se creerá que no hay un Dios”. La oferta de placeres de la ciudad moderna que diluye el interés por el más allá, aun cuando algunos todavía lean su horóscopo o consulten a una adivina “en busca de un pequeño escalofrío con que matizar una vida monótona”.
En línea con los filósofos Zygmunt Bauman y Byung Chul-Han, Muchembled también denuncia el imperativo de felicidad que provoca sentimientos de desdicha en el despiadado carrusel de aspiraciones y comparaciones del consumismo. En urbes como París, incluso “es posible no conocer a los vecinos, morir en silencio, sin amigos, y que el cadáver se descubra casualmente por el olor de la descomposición”. Sin el respaldo de los afectos y las identidades colectivas, “el aislamiento creciente en la jungla urbana” lleva a muchos a “buscar desesperadamente la prueba de su propia realidad”. A fin de “dejar de ser ignoradas y sentirse vacías, las personas se entregan a intermediarios de quienes esperan menos una curación que una atención”.
Desmoralizados por no ser parte de la camaleónica opulencia capitalista, o enfadados con una sociedad vilmente rendida a la voracidad material, los adolescentes se refugian en la evasión o la falsa universalidad de una conexión a Internet. A miles de chicos solitarios, ante todo no amados, el fundamentalismo islámico les ofrece la justificación existencial y la redención en los mismos términos de inmediatez y eficacia con que el consumo les dirigía sus jubilosas promesas.
Algunos jóvenes europeos que desertaron de la militancia terrorista confiesan que sintieron una emoción reparadora al escuchar “Alá te ama” y saber que eran los elegidos para aniquilar la satánica civilización occidental. Este mesianismo les propone no un camino de perfección, una disciplina ascética o un enriquecimiento interior, si no la salvación instantánea, el delivery puntual pagado con el efectivo sonante de la inmolación personal.
En este punto, el fascinante libro de Muchembled lleva al lector a deducir que ninguna educación sobre el Cielo, la verdad o el bien debe traicionar jamás la raíz de todo credo y toda esperanza: el amor y el cuidado de las personas. Lo que recuerda las palabras del Papa Francisco: “cuando conozco a alguien no me interesa saber en qué cree; me basta saber si ama al prójimo, y entonces ya podemos conversar”.