Educación de la Afectividad
Universidad Católica de Valencia
La educación de la afectividad es una cuestión crucial en el tiempo actual. Se reclama desde distintos ámbitos, si bien de modos muy diversos y a veces confusos. Es por ello necesario profundizar en la experiencia afectiva y descubrir su realidad: ¿cuál es el misterio de la afectividad humana? ¿cuál es su papel en la vida de las personas?
La verdad del ser humano es que somos seres hechos por amor y para el amor. El amor se encuentra en el origen de nuestra existencia y se presenta como el fin y el sentido de la misma. Somos seres amados y llamados al amor. Se trata de la vocación humana al amor. Una llamada que cada cual ha de descubrir en profundo de sí mismo y responder a ella en total libertad porque encierra la promesa de la plena realización personal, la plenitud y felicidad humana.
Esta vocación humana al amor se desarrolla en diversas etapas que marcan la identidad personal. En un primer momento, la etapa de la filiación. Todos somos hijos, llegamos a la existencia preparados para acoger el amor que se nos dona en forma de cuidado y atención. Respondemos a ello con nuestras capacidades comunicativas orientadas a establecer relaciones interpersonales. La segunda etapa, la de la esponsalidad, llegar a ser esposo, esto es, poder establecer un compromiso con el bien de otro, una verdadera comunión. Y esto para convertirse, por último, en padre; la etapa de la paternidad, pues el amor es apertura, es creativo y difuso, fecundo.
Ahora bien, conviene conocer qué es realmente el amor pues se trata de la palabra quizá más ensuciada y confundida. El amor, según la tradición de la filosofía clásica, es definido como desear y procurar el bien del otro, esto es, un compromiso con el bien.
Vivimos inmersos en un emotivismo cultural que identifica el bien, la verdad y el amor con el aspecto emotivo de las personas. Así, según el emotivismo, será verdad, bien y amor todo aquello que me haga sentir bien, que produzca emociones positivas, placenteras. Pero, ¿adónde conduce este modo de pensar y de actuar? Conduce a la crisis de identidad: ¿quién soy? ¿qué deseo? ¿cuál es el sentido de mi vida? Confusión, frustración, vacío, la experiencia de hastío: poder alcanzar la satisfacción de los placeres pero albergar dentro de sí una profunda e inmensa insatisfacción. Podemos observar sus manifestaciones en la conducta de jóvenes movidos por los slogans actuales: “sigue tu corazón”, “vive el momento”, etc., sin tener en cuenta que existe un orden en el amor.
Se requiere, por tanto, una educación de la afectividad adecuada a la realidad del ser humano, que se oriente a la persona completa, una auténtica formación del carácter. Así, la propuesta para educar la afectividad se vertebraría en tres dimensiones:
- Enseñar a pensar con criterios de verdad. Educar la inteligencia para que se oriente a la verdad. Desarrollar la virtud de la prudencia. Algunos medios para ello:
- Hacer silencio para conocer la realidad de uno mismo: detectar los propios afectos, sus causas y a lo que conducen.
- Hacerse las preguntas fundamentales: ¿qué es, en el fondo, lo que busco?
- Confrontar las propias opiniones para encontrar certezas. Detectar las informaciones erróneas, confusas o incompletas ofrecidas en los medios de comunicación respecto al ámbito de la afectividad y la sexualidad.
- Generar el hábito de pensar antes de actuar.
- Enseñar a querer rectamente el bien. Educar la voluntad para conseguir autocontrol. Desarrollar la virtud de la fortaleza para ordenar los propios impulsos y tendencias hacia los bienes superiores y deseos profundos. Algunos medios para ello:
- Entrenarse en pequeños actos valiosos aunque no produzcan satisfacción sensible.
- Introducir un tiempo de demora entre la necesidad experimentada y su satisfacción.
- Habituarse a pensar en los demás y asumir responsabilidades.
- Enseñar a amar con nobleza. Desarrollar la virtud de la castidad para poder alcanzar el amor auténtico y maduro, lo que se relaciona con la entrega, el compromiso, la fidelidad, exclusividad, voluntad, autodominio, espera, intimidad.
Estas dimensiones de la educación de la afectividad han de ser adaptadas a las distintas etapas evolutivas presentado algunas particularidades. Así, podemos destacar algunos elementos cruciales en las diversas etapas:
Fomentar afectos positivos hacia el hijo en las etapas prenatal y neonatal: no se trata de un tiempo en off, son periodos especialmente sensibles para la configuración de la base afectiva mediante la que el niño se enfrentará a la nueva realidad que le circunda. Lo hará con afecto positivo o negativo, según desarrolle la confianza básica en los inicios de su desarrollo.
Importancia de la figura paterna: crucial para el desarrollo psíquico y afectivo del hijo. El padre tiene la función de procurar la separación de la simbiosis madre-hijo, para que este pueda tener la experiencia de la dualidad sexual. A los 18 meses el niño realiza la discriminación del sexo, con lo que es particularmente necesaria la presencia de varón y mujer en el contexto más cercano del niño.
Durante todo el desarrollo, el padre es la figura más importante para la educación afectivo-sexual, según arroja una importante investigación científica actual con cuarenta mil niños y cuarenta mil niñas. Ante la figura del padre, el niño fija su masculinidad y la niña puede feminizarse.
Hacia los tres años nace de forma espontánea el sentido del pudor, la conciencia de poseer una intimidad y la necesidad de custodiarla. Los niños han de ser respetados en su deseo de tener objetos o rincones secretos y habituarse a ciertos modos de cuidado de su cuerpo, así como a hablar de otras personas con respeto y diferenciar las conversaciones que han de reservarse para la intimidad de la familia.
De extrema importancia es que los niños se desarrollen en contextos en los que se valore el ser masculino y el ser femenino, para lograr la idea de la necesaria complementariedad de los sexos en las funciones sociales y familiares.
En la etapa de la segunda infancia los niños se enfrentan a relaciones con personas fuera del entorno del hogar, experimentan cierta inseguridad y se inician las comparaciones, que podrán influir en el desarrollo del propio autoconcepto y autoestima. En esta etapa y en la de la adolescencia incipiente reviste especial atención el uso de los medios de comunicación social e información. Con frecuencia están invadidos de conceptos equivocados relacionados con el aspecto afectivo-sexual. Por ello es necesario un especial cuidado y estrategias de control y formación de los niños y adolescentes respecto al uso de estos medios. Como advertencia sugerimos la utilización de filtros en las computadoras, que sean utilizadas en lugares no privados de la casa y que se vea televisión en compañía de adultos para aprovechar las oportunidades educativas que surjan. Una atención particular habrá que dirigirse al control de los contenidos pornográficos en las series televisivas pues desencadenan potentes reacciones cerebrales relacionadas con conductas de desorden afectivo-sexual.
En la adolescencia, se precisa un delicado acompañamiento, sin ridiculizar ni culpabilizar, ni tener en cuenta las contradicciones propias de este estado. En toda ocasión, presentar con fuerza el ideal del amor en toda su belleza y la forma de guardarlo mediante la castidad.
Durante todo el desarrollo de los hijos es aconsejable que encuentren en el hogar un ambiente cálido y abierto a tratar las preguntas naturales relacionadas con la sexualidad. Siempre será mejor que el hijo reciba la respuesta a sus curiosidades y preocupaciones en el entorno familiar; de lo contrario, las buscará fuera, con el peligro que conlleva y generando una sensación de desconfianza hacia sus familiares.
Somos seres por y para el amor: esta es la realidad humana y la promesa de nuestra felicidad. No nos conformemos con menos ni defraudemos a los niños y jóvenes que hemos de educar.