En Adviento, esperamos su venida
Capellán Mayor USAT
El ritual era imponente, largamente preparado para que el resultado fuera magnífico; todos debían participar. La ciudad se sentía puesta a prueba, pues estaba llamada a dar una imagen de alegría, concordia y respeto por el orden. La población entera, precedida de sus senadores, a primera hora de la mañana y frecuentemente en un lugar lo más alejado de la ciudad, salia al encuentro del emperador. Allí era saludado e invitado a entrar en el pueblo. El principe respondía con un primer y breve discurso de agradecimiento. Las gentes se colocaban a lo largo del camino, sus rostros reflejaban el deseo de ver tan ilustre huesped, agitaban ramas de olivo y palma, llevaban guirnaldas de flores y esparcian pétalos de rosas. Coros de jóvenes, acompañados por instrumentos, entonaban himnos; muchos entre aclamaciones, susurraban oraciones, aunque en pleno día encendían antorchas, quemaban incienso, esperando que el olor de los perfumes fuera intenso. Asomándose por las ventanas o sentándose en los techos, se mostraban felices por la llegada del príncipe.
Ahora, Adviento es acoger al Señor de toda la creación, al Salvador, preparar su venida, darle la bienvenida, recibirlo, «Jesús es el Rey llegado a esta pobre provincia “tierra” a la que ha regalado la fiesta de su visita. Dios está presente, no se ha alejado del mundo ni nos ha dejado solos. Aún cuando no podemos verlo, ni percibirlo como a las demás cosas, está presente y se dirige a nosotros de múltiples formas». Dios nos ama y todo lo nuestro le interesa y por ello está siempre presente junto a nosotros.
Esta seguridad de su presencia ¿no pone delante de nuestros ojos una imagen nueva del mundo? «Hace que miremos lo que nos rodea con una luz nueva, y que, permaneciendo todo igual, advirtamos que todo es distinto, porque todo es expresión del amor de Dios».
Pero el Adviento también recuerda «que su presencia no se ha consumado, sino que está creciente, deviniendo y madurando» . Es anhelo, suscitado por un resplandor oculto, es chispa, encendida por su presencia experimentada, es vacío aparente, que se convertirá en presencia llena, en parusía.
«Recuerdo una noche de agosto, en la playa, en la que le estaba enseñando las constelaciones a mi sobrino Giulio, que entonces tenía seis años, y le contaba sus leyendas. Él que se preguntaba si se pueden encontrar colores nuevos o han sido hallados todos, que me decía que el tiempo es infinito y que los números nos los hemos inventado nosotros para medirlo, me preguntó de repente que por qué cuando se hace de día el cielo se vuelve azul y dejan de verse las estrellas. Intenté satisfacerle dándole una explicación científica, pero me di cuenta de que eso no le basta, a los niños hay que explicarles la finalidad de las cosas, no sólo la causa. Entonces le conté que la oscuridad de la noche sirve para ver las cosas que esconde la luz porque, a veces, estas son tan hermosas que hay que protegerlas, igual que se hace con los tesoros. La respuesta lo dejo satisfecho y yo, gracias a ti, me dije para mis adentros que siempre se pierde algo con la luz y que siempre se gana algo con las tinieblas. Puede que lo esencial» .
Creo que podemos concluir con las palabras recogidas en la oración litúrgica de Adviento: «para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar».