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Articulos Lengua y Literatura

La cosmovisión trascendente en Mariátegui y Vallejo

(Publicado en la Revista Hybrido)

En el siglo pasado, los años de entreguerra fueron de muy activa propaganda nazi y soviética. Esta última logró influjo entre algunos intelectuales de Hispanoamérica, que, fascinados por la perspectiva de una vía posible hacia la justicia social, no dieron atención a su trasfondo totalitario. Hubo espíritus alertas que vislumbraron los riesgos. Pero muchos minimizaron la importancia de los mismos. En Occidente, todavía no se tenía  noticia de las purgas genocidas ni de los gulags. Y esto explica que hasta escritores de honda convicción cristiana dieran su adhesión a aquella ideología que ilusionaba con la utopía colectivista y ocultaba su vocación opresora. Figuran entre tales escritores los peruanos César Vallejo y José Carlos Mariátegui, a quienes, por su aproximación al socialismo, se les confunde a veces con los seguidores ateos de las tesis materialistas.

José Carlos Mariátegui: Se ha estudiado prolijamente la obra de Mariátegui y la de Vallejo, pero suele soslayarse el sentimiento cristiano que inspiraba en ellos su anhelo de justicia social. De aquel sentimiento en José Carlos dan testimonio diversos textos, entre ellos, su soneto Elogio de la celda ascética(1916). Otro documento revelador es el hermoso texto de prosa poética La vida que me diste, dedicado por Mariátegui a su esposa (1926) e inserto –como texto adicional– en su libro La novela y la vida y tambiénen la Biografía del escritor, escrita por María Wiesse. Otros testimonios categóricos los hallamos en textos incluidos en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana(1928), uno sobre el tema religioso en el Perú; y el otro es su hondo análisis de la poesía de Vallejo. Asimismo, es muy esclarecedor su artículo El Hombre y el Mito, publicado en Mundial (1925) y en Amauta en 1930, e incluido por sus hijos en El alma matinal, en 1959.

María Wiesse, en su biografía de Mariátegui, llega a llamarlo “místico”. Y comentando su retiro  en el Convento de los Descalzos (1916), escribe: “Místico será siempre… Místico tenía que ser este hombre apasionado, fervoroso, convencido y sincero. Dios no estará nunca ausente de él, pero ya no buscará a Dios en la plácida soledad de la celda, como lo hizo a los diecinueve (sic) años. Buscará a Dios en el dolor del hombre y en la angustia del mundo”.[1]

 Y para ilustrar las vivencias de Mariátegui en aquellos días de meditación y de soledad, María Wiesse cita, íntegro, el soneto que escribió entonces el joven escritor, poema titulado Elogio de la celda ascética:

 

Piadosa celda, guardas aromas de breviario,

tienes la misteriosa pureza de la cal

y habita en ti el recuerdo de un Gran Solitario

que se purificara de pecado mortal.

 

 Sobre la mesa rústica duerme el devocionario

 y dice evocaciones la estampa de un misal;

 San Antonio de Padua, exangüe y visionario

tiene el místico ensueño del Cordero Pascual.

 

 Cristo Crucificado llora ingratos desvíos,

 mira la calavera con sus ojos vacíos

que fingen en la noche una inquietante luz.

 

 Y en el rumor del campo y de las oraciones

 habla a la melancólica paz de los corazones

 la soledad sonora de San Juan de la Cruz”. [2]

 

Aunque Mariátegui tenía entonces veintidós años (no diecinueve, como dice María Wiesse), podría alegarse –por parte interesada– que el poema citado pertenece a lo que el autor llamaba su “edad de piedra”. Pero los textos que a continuación registramos corresponden  ya a los años finales y más fecundos de su breve vida.

Desde su infancia, José Carlos se vio afectado por una dolencia en la pierna que lo condujo a intervenciones quirúrgicas que, como ya no soportaba ni aceptaba el cloroformo, llegaron a ser muy dolorosas. Ana Chiappe, a quien el escritor había conocido y desposado en Florencia durante su estada en Europa (1919-1923), fue su asistente,  enfermera y compañera, y Mariátegui la llama  “el designio de Dios”, porque su amor le ayudó a soportar las dolencias y operaciones que sufrió en los últimos años de su vida (padecimientos que no impidieron que aquella fuera la etapa más fértil del Amauta). En 1926 Ana le había dado tres retoños (no nacía aún el cuarto). Su sacrificada vida al lado del esposo dejaba ya sus huellas en el otrora sonrosado rostro de la bella toscana. Por eso, Mariátegui le dedicó este hermoso texto:

“Renací en tu carne cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli. Te elegí entre todas porque te sentí la más diversa y la más distante. Estabas en mi destino. Eras el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eras el principio de vida. Tuve el presentimiento de ti en la pintura ingenua del cuatrocientos. Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu gracia antiguas esperaban mi tristeza de sudamericano pálido y cenceño. Tus rurales colores de doncella de  Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesión tónica, bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría. Por ti, mi ensangrentado camino tiene tres auroras. Y ahora que estás unpoco marchita, un poco pálida, sin tus antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es la vida que me diste”. [3] 

En su libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Mariátegui, al abordar el estudio del tema religioso en el Perú, escribe:

“Han tramontado definitivamente los tiempos de apriorismo anticlerical, en que la crítica «librepensadora» se contentaba con una estéril y sumaria ejecución de todos los dogmas e iglesias, a favor del dogma y la iglesia de un «libre pensamiento» ortodoxamente ateo, laico y racionalista. El concepto de religión ha crecido en extensión y profundidad. No reduce ya la religión a una iglesia y un rito. Y reconoce a las instituciones y sentimientos religiosos una significación muy diversa de la que ingenuamente le atribuían, con radicalismo incandescente, gentes que identificaban religiosidad y ‘oscurantismo’». [4]

Textos como éste abundan en el Amauta. Por eso, diversos comentaristas, como Aníbal Quijano, han observado que: “Mariátegui ensambló una concepción del marxismo como método de interpretación histórica y una filosofía de la historia de explícito contenido metafísico y religioso”.[5] Y, enumerando diversos elementos no marxistas que concurrieron en la formación de Mariátegui, el mismo comentarista, en un prólogo a los Siete ensayos, señala “su frecuente referencia a Dios y al sentido religioso de su vocación política”. Y, en efecto, Mariátegui precisó su posición frente al tema religioso muy claramente:

“El hombre, como la filosofía lo define, es un animal metafísico. No se vive fecundamente sin una concepción metafísica de la vida. La historia la hacen los hombres poseídos o iluminados por una creencia, por una esperanza suprahumana: los demás hombres son el coro anónimo del drama”.[6]

 La esclarecedora cala que Mariátegui realiza en la poesía de Vallejo, particularmente en su poema Dios, nos ilustra, simultáneamente, con nitidez meridiana, sobre el entrañable sentimiento cristianodel poeta y del crítico. [7] Veamos ahora el caso de Vallejo.

César Vallejo: Rasgos muy gravitantes en la hondura y la intensidad de la poesía vallejiana  son  sus frecuentes alusiones a la pasión de Cristo. Reminiscencias de lecturas bíblicas afloran en sus versos. Explícitas o subyacentes. Temáticas o como ingredientes metafóricos y simbólicos.Desde el poema liminar –en el que un verso referente al sufrimiento humano (las caídas hondas de los cristos del alma) allega ecos de la vía dolorosa del Redentor hacia el Calvario– de Los Heraldos Negroshasta el título del último poemario, en el cual palpitan resonancias trémulas del Getsemaní: España, aparta de mí este cáliz. Veamos algunos ejemplos:

Dulce Corona de una testa inmensa,

que te vas deshojando en sombras gualdas!

Roja corona de un Jesús que piensa

trágicamente dulce de esmeraldas.

(Deshojación sagrada)

 

“¡Oh, unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno por todos!

Amor contra el espacio y contra el tiempo!

¡Un latido único del corazón ;

un solo ritmo: Dios

(Absoluta);

 

Y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado

y que hay un viernes santo más dulce que ese beso”

(El poeta a su amada)

 

Oh sol, llévala tú que está muriendo

y cuelga, como un Cristo ensangrentado,

mi bohemio dolor sobre su pecho

(Oración del camino)

 

Padre, aún sigue todo despertando;

es enero que canta, es tu amor

que resonando va en la Eternidad”.

(Enereida).

 

¡Cuán arraigadas estaban en Vallejo las enseñanzas de la Biblia!Sin embargo, enfrentado con la experiencia del dolor humano  –tema central de su poesía–, algunos versos se impregnan de amargura, circunstancia aprovechada por quienes se esmeran en difundir Los dados eternospero ocultan el poema Dios, en el que Vallejo rectifica el anterior. Mariátegui, en susSiete ensayos, realizó un certero deslinde entre estos dos poemas y nos dice:

“En Los dados eternos el poeta se dirige a Dios con amargura. Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos…” (Cita el poemaLa de a mil). [8]

También precisa Mariátegui:

Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma está ‘triste hasta la muerte’ de la tristeza de todos los hombres. Y de la tristeza de Dios, porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios:

“Siento a Dios que camina

 tan en mí, con la tarde y con el mar

 Con él nos vamos juntos. Anochece.

Con él anochecemos. Orfandad…

 

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece

que él me dicta no sé qué buen color.

Como un hospitalario, es bueno y triste;

mustia un dulce desdén de enamorado:

debe dolerle mucho el corazón.

 

¡Oh, Dios mío, recién a ti me llego,

hoy que amo tanto en esta tarde; hoy

que en la falsa balanza de unos senos,

mido y lloro una frágil Creación.

 

Y tú, cuál llorarás… tú, enamorado

de tanto enorme seno girador…

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;

porque jamás sonríes; porque siempre

debe dolerte mucho el corazón”

(Dios, poema citado en Siete Ensayos p. 313) [9].

 

El poema Los dados eternos revela que el hombre, frente al dolor, tiene un límite, allende el cual se quebranta y obnubila. Job  sufrió terribles tragedias sin dejar de bendecir y agradecer a Diospor todo. Pero, cuando llegó a su punto límite, exclama: “Perezca el día en que nací.Perezca la noche en que fui concebido”. Y Jesucristo, Dios-Hombre en voluntario sacrificio por amor a la humanidad, clama, desde la cruz del Gólgota: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?’”.

Y a la luz de la pasión de Cristo, Vallejo expresa su concepción de un Dios sufriente que “ama tanto” y “debe dolerle mucho el corazón”. Es posible que esta intuición vallejiana fuera brotando desde su infancia, pues, como ha dicho José Manuel Castañón, Vallejo (como Benítez,su personaje de Tungsteno), “hojeaba el Evangelio según San Mateo,  librito fileteado en oro, que su madre le enseñó a amar en todo lo que él vale para los verdaderos cristianos”. [10]

El novelista español José Manuel Castañón dice: “Sublime Vallejo, creador de una simbología supercristiana, donde la lógica muchas veces  a falta de razones se siente por aromas (…) aroma de Dios que ya se respira en las emociones primeras de Los Heraldos Negros”(Pasión por Vallejo)[11]. Y el poeta montevideano Uruguay González Poggi, apasionado lector de Vallejo como Castañón, registró en uno de sus poemas una intuición muy próxima a la vallejiana:

“Dios es amor”, dice el Libro.

¡Qué solo has de estar, Dios mío!

Yendo por ese camino,

Pienso encontrarme contigo

 

En “Cómo leer a Vallejo”, comenta Alberto Escobar:

“Recuérdese la contagiosa y conmovedora ternura de aquellos versos en que Vallejo confía la vecindad  con que conoce a Dios;… el Ser Divino padece por sus criaturas, y emerge precisamente a causa de ello, su pesar incesante, al comprender que el hombre sigue sufriendo. Dios también sufre, pues, de amor, como el hombre; y por amor al hombre”. [12]

 

Empero, quien ha logrado un enfoque hondo y vasto en la entraña religiosa de la poesía de Vallejo fue Alejandro LoraRisco (Chiclayo, 1918 – Santiago, 2001), quien, en su libro Hacia la voz del Hombre, escribe:

 “La obra poética de Vallejo gira, primero, en torno de un redescubrimiento de Dios en el reino de la infancia, o, mejor dicho, de un volver a traer la infancia al ámbito o esfera del misterio inefable (p. 41)[13]

 

Y más adelante, tras un análisis del léxico, la metaforía, el pensamiento y las vivencias del poeta, agrega:

 

La santidad de Dios, para Vallejo, radica en su inexplicable pero visible capacidad de sufrimiento; en el milagro propio de Jesús, de querer ser  –obedeciendo al Padre, pero eligiendo libremente el martirio, el Gólgota– el Hijo del hombre”.[14] “Vallejo no ha podido apartarse en ninguna situación de su vida, de su casi física aproximación a Dios. No ha podido nunca arrancárselo del corazón. (…) En las más precarias horas de su existencia, en los rincones más oscuros de la tierra, Dios, Cristo, el Señor, está presente en él”. [15]

 

Y, finalmente, recuérdese que Georgette, viuda del poeta, ha registrado estas palabras de Vallejo en la Clínica de Arago, días antes de su muerte: “Cualquiera que sea la causa que yo deba defender ante Dios después de mi muerte, sé que tengo un defensor: Dios mismo”. Al respecto, escribe André Coyné: «En la tarde del 29, el enfermo (Vallejo) llama a Georgette para dictarle la frase que figura en la página final de la Edición Príncipe de Poemas Humanos…» Y a continuación registra la frase ya citada. Esta referencia de Coyné  se encuentra en la página 54, dentro del apartado «Madre España», Muerte en París, inserto en Visión del Perú (1969):Homenaje Internacional a César Vallejo, editado por Carlos Milla Batres y Washington Delgado.[16]

En suma, los textos citados son elocuentes: en Mariátegui y en Vallejo refulge una cosmovisión trascendente y palpita un sentimiento cristiano. Ambos escritores, en una esperanzada búsqueda de justicia social, se vincularon al marxismo pero nunca perdieron su entraña religiosa. Mariátegui murió en 1930 y Vallejo en 1938. Por aquellos años no se sabía en Occidente nada de los gulags ni de las purgas soviéticas. Y la esperanza de que se estuviera construyendo una sociedad justa persistió en ellos, a pesar de que Mariátegui fue acusado de “desviacionista sorelista”, y Vallejo tuvo también detractores entre los marxistas.

Hybrido (Nueva York) N° 13 – 2014.

[1] Wiesse María, José Carlos Mariátegui, Biblioteca Amauta, Lima, 1959, p. 16.

[2]  Wiesse María, José Carlos Mariátegui, Biblioteca Amauta, Lima, 1959, pp.16 y 17.

[3] Citado en Mariátegui José Carlos, La novela y la vida, Biblioteca Amauta, Lima, 1959, pp.: 93 y 94 y en Wiesse María, José Carlos Mariátegui, Biblioteca Amauta, Lima, 1959, p. 26

[4] Mariátegui José Carlos, “El  Factor Religioso”, en  Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Biblioteca Amauta, Lima, 1955, (cito la 46 edición, de 1981, p. 168).

[5] Quijano Aníbal, Prólogo a  Siete Ensayos, Biblioteca Ayacucho, 2007.

[6] Mariátegui José Carlos, El Hombre y el Mito, en El Alma Matinal, Biblioteca Amauta, Lima, 1959. Publicado en Mundial: Lima, 16 de Enero de 1925. Trascrito en Amauta, Nº 31 (pp. 1-4), Lima, Junio-Julio de 1930;

[7] Mariátegui José Carlos, Siete Ensayos, Biblioteca Amauta, Lima, pp. 313-314.

[8] Mariátegui José Carlos, Proceso de la Literatura en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Editorial Amauta, Lima, 44 Edición, 1981, p. 314.

[9] Op. Cit. pp. 13-14

[10] Castañón José Manuel, Pasión por Vallejo, Serie populibros, Lima, 1988, p. 54.

[11] op. cit. p.22.

[12] Escobar Alberto, Cómo leer a Vallejo, PLV Editor, Lima, 1973, pp.40 – 41.

[13] Lora Risco Alejandro, Numinosidad y catolicidad en la poesía de Vallejo, en Hacia la voz del Hombre (Ensayos sobre César Vallejo), Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1971, p. 91

[14] op. cit. p. 114

[15] pp. cit. p.117.

[16] Visión del Perú (1969), Homenaje Internacional a César Vallejo. Primera Edición, Editorial Milla Batres Lima, p. 54.



Autor
LUIS RIVA RIVAS. Profesor Principal de la USAT. Magíster en Docencia Universitaria e Investigación. Condecorado con la Orden “Señor de Sipán” por el Gobierno Regional y también condecorado por la USAT. Con premios y reconocimientos de la Academia Peruana de la Lengua, la revista neoyorquina “Hybrido”, entre otros. Correo electrónico  lrivas@usat.edu.pe

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