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Articulos Opinión

La maternidad, una encomienda divina

Por: Mtra. Enma Kelly Bartolini de Yong

Quisiera en esta fecha especial, aprovechar el privilegio de tomar este tiempo para reflexionar sobre la complejidad de la maternidad femenina y el rol vital de las mujeres que cumplimos esa labor. Esta celebración del día de la madre nos encuentra considerando a la maternidad vista como un hecho tan natural, exclusivamente femenino, tan habitual que pocas veces reflexionamos o al menos pensamos en la riqueza inmensa de su significado. “La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás”, nos señaló Juan Pablo II en la primera década de su pontificado al depositar la dignidad de las mujeres en su fuerza moral y espiritual. Una dignidad unida a la conciencia de que Dios confía a las mujeres, de un modo especial, la continuidad y el bienestar de la humanidad, por lo tanto, las mujeres somos fuertes por la conciencia de esa entrega. (1)

La vocación a la maternidad es un don de Dios, que elegimos de manera libre, una vocación que nos lleva a acoger la vida, protegerla, traerla al mundo, alimentarla, sostenerla y acompañarla en su crecimiento y desarrollo físico, afectivo y espiritual. El Papa Francisco nos recuerda: “En la familia está la madre. Toda persona humana debe la vida a una madre y casi siempre debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual”.(2) Aunque el ámbito ideal para lograr la maternidad es dentro del matrimonio, porque además del fin unitivo está el fin procreativo y porque la mujer se siente protegida y segura de que con la presencia activa y la responsabilidad del padre podrán dar a su hijo un ambiente adecuado para su crecimiento integral, la realidad de hoy nos hace ver que cada día se apuesta menos por ello. Sin embargo, aunque los factores sean adversos, animo a todas las mujeres a que seamos valientes y aceptemos con libertad, alegría y esperanza a ese nuevo ser que Dios nos confía. “Una sociedad sin madres sería una sociedad deshumana, porque las madres siempre saben testimoniar incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral” recalca el Papa Francisco (2). La maternidad nos abre las puertas a la expresión máxima de nuestro ser, la donación de una misma buscando el bien del otro (de su hijo) y por ende el bien de una misma, viviendo una entrega total sin miramientos por amor a Dios.

La expresión más sublime de maternidad la encontramos en Santa María Madre de Dios, ella es nuestro ejemplo a seguir, cuando alguna vez no sepamos cómo actuar en una circunstancia determinada pensemos ¿cómo actuaría ella? ¿Cómo resolvería esta situación? Y eso nos ayudará a encontrar soluciones más sensatas o a enfrentar situaciones difíciles como la muerte. Agradezcamos al Señor que en su infinita misericordia nos la dio como Madre para que acudamos a ella en nuestras angustias y dificultades. El Papa Francisco en una audiencia general hablando sobre las madres nos dice:  “no somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres”.

En mi experiencia como madre, he aprendido mucho. Recuerdo como con mi primer hijo me cuestionaba tantas ideas ¿cómo lo haré? ¿cómo lo cuidaré? ¿Sabré ser madre? En nuestro afán por cumplir con tu labor materna, intentamos escuchar todos los consejos sabios de las abuelas, de nuestras propias madres y de nuestras amigas. Y cuando llega el momento, la misma naturaleza de ser mujer nos ayuda a lograrlo. Aprendemos, por ejemplo, a reconocer cuando el llanto es por hambre o por dolor o porque el bebé tiene sueño. También aprendemos a ser mil oficios, somos  enfermeras, maestras, buenas administradoras de nuestros hogares, expertas en organización y desorganización, comenzando y recomenzando siempre sin desanimarnos, hoy no salió, mañana lo volveremos a intentar y será mejor siempre confiando nuestro día a día a Dios. Educando a nuestros hijos con fortaleza, firmeza y ternura  a enfrentar los desafíos de su vida desde los más simples como las desavenencias en la escuela con los compañeros o los disgustos cuando no logran las calificaciones deseadas hasta cuando ya jóvenes acuden a nosotros por consejos.

El acompañamiento no es solo físico, sino también espiritual. Acompañamos a nuestros hijos en su formación espiritual también. De nosotras aprenderán a tratar a Dios empezando con aquellas pequeñas oraciones como el Ángel de la Guarda que rezaremos juntos. Tendremos la responsabilidad de liderar con el ejemplo asistiendo a misa en familia hasta cuando la edad y su libertad lo permita, “las madres a menudo transmiten también el sentido más profundo de la práctica religiosa” porque “en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, se inscribe el valor de la fe en la vida de un ser humano” (2).Todas estas enseñanzas que les brindamos nunca estarán de más porque nuestros hijos no las olvidan aunque en algunas etapas de su vida pareciera que así fuera.

Dentro de este ámbito de la labor espiritual de las madres, no quiero dejar de mencionar la maternidad espiritual de tantas mujeres que sin tener una maternidad  biológica,  saben dar su vida por los demás empezando por su prójimo más próximo y además participando de la atención a los más necesitados. Su maternidad es un ejemplo de vencer a nuestro propio egoísmo, a nuestra comodidad propia de los seres imperfectos que somos; pero a la vez es una dulce experiencia de generosidad, de entrega total que nos hace ser felices porque buscamos lograr el bien de los demás.

En esta fecha tan especial en que celebramos a todas las madres del mundo, les brindo un cariñoso saludo y las animo a seguir adelante como motores firmes de su familia y de la sociedad, bajo la protección y el amparo de María Santísima quien es el mejor modelo de madre y mujer. Y les dejo con esta reflexión tan hermosa de Santa Teresa de Calcuta:

“Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo.., en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado»

 

-Madre Teresa de Calcuta-

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