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La Semana Santa
Capellán de la Facultad de Medicina USAT
En la Semana Santa, la Iglesia celebra los misterios de la salvación realizados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén. Se trata de una reconstrucción mediante los ritos litúrgicos de los últimos días de nuestro Señor. No son simples recuerdos o escenificaciones teatrales sino misterios que se hacen presentes para que los fieles puedan ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracias de la Salvación (SC nº102). La Semana Santa se abre con la celebración litúrgica del Domingo de Ramos y su característica procesión de las palmas y ramos conmemorando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén como presagio de su triunfo final. Es un homenaje a Cristo, Mesías-Rey aclamado como Redentor de la humanidad. Además, en esta celebración litúrgica se anuncia la Pasión de Cristo, paso previo a su glorificación. El lunes, martes y miércoles santos hacemos memoria respectivamente de la unción de Jesús en Betania, del anuncio de la traición de Judas y del hecho mismo de la traición. Otro rito muy significativo es la misa crismal que, según tradición antigua, se celebra el Jueves Santo por la mañana. En esta celebración, el obispo de la diócesis junto con todos sus sacerdotes consagra el Santo Crisma y bendice el Óleo de los catecúmenos y de la Unción de los enfermos, al mismo tiempo, los presbíteros renuevan sus promesas sacerdotales. Para facilitar la participación del mayor número posible de sacerdotes la misa crismal, en nuestra diócesis, se celebrará el Martes Santo por la mañana.
A las celebraciones que empiezan el Jueves Santo con la Santa Misa de la Cena del Señor y que culminan el Domingo de Resurrección se le denomina Triduo Pascual. Se llama Triduo Pascual porque en estos tres días se actualiza y realiza el Misterio de la Pascua de Cristo, es decir: su tránsito de este mundo al Padre. La misa de la Cena del Señor, con la que se abre el triduo, conmemora un triple misterio: la institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio y el amor fraterno. Se celebra durante la tarde en las horas más propicias para la participación de toda la comunidad local. Lo llamativo de esta celebración es lo que ocurre después de la homilía, el sacerdote toma en sus manos una fuente con agua y empieza a lavar los pies a doce personas, representando el gesto de Jesús quien, al lavar los pies de sus discípulos, les enseñó que amar es servir (Mt 20,28) y dar la vida por el prójimo. Por otra parte, como es el día de la institución de la Eucaristía la liturgia exhorta a los fieles a dedicar algún tiempo de la noche a la adoración del Santísimo Sacramento. Ya se ha hecho costumbre la visita a siete iglesias cuyo sentido es justamente honrar a Jesús presente en el pequeño pedazo de pan, en la Eucaristía. El Viernes Santo, la comunidad cristiana medita la Pasión del Señor y adora su santa Cruz, la liturgia se celebra después del mediodía y la hora más simbólica es hacia las tres de la tarde. Desde muy antiguo en este día no se celebra la Eucaristía. La celebración tiene tres partes: liturgia de la Palabra, adoración de la Cruz y Comunión. El Sábado Santo, la Iglesia permanece junto al sepulcro de su Señor, meditando su pasión y muerte y su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su resurrección.
Finalmente, el Sábado Santo, durante la noche, la Iglesia celebra la Vigilia Pascual en la que se conmemora la resurrección del Señor. Como la Resurrección de Cristo es el fundamento de la fe y esperanza cristiana, esta solemnidad es la más importante de todo el año litúrgico, es decir, del año cristiano. La celebración tiene cuatro partes: la liturgia de la luz, la liturgia de la Palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística. Empieza con el rito de la luz en la que se bendice el fuego y luego se enciende el cirio pascual que simboliza a Cristo, luz del mundo que, por su Resurrección, disipa las tinieblas del corazón y del espíritu. Esta celebración es el marco ideal para renovar nuestras promesas bautismales, ratificando de esa manera nuestra adhesión a Jesús.
Ante estos eventos podemos actuar como espectadores o como protagonistas. El espectador tiene una mirada superficial, indiferente y hasta en ciertos sentidos crítica pero no se siente interpelado por lo que tiene delante. En cambio, el protagonista se involucra, participa, se deja interpelar y se abre a la acción de la gracia de Dios que se derrama abundantemente en estos días. Obviamente esa capacidad no se adquiere solo con un esfuerzo intelectual o de la voluntad, es en primer lugar un don de Dios, se trata del don de la fe. Que en estos días le pidamos al Señor nos ayude a domar nuestro orgullo y autosuficiencia y a dar paso a la humildad y a la fe que nos hacen capaces de descubrir a Dios que se hace presente y ofertando la salvación.