Reactivar o transformar: el desafío económico peruano post corona virus
Por: Carlos León D.
Docente de la Escuela de Economía
Las estimaciones de Macroconsult (2020) para el escenario actual (con todo y la gran incertidumbre que existe) señalan un incremento de la pobreza de 8 a 10% de hogares. Indicadores estimados por Seminario, Palomino y Pastor (2020) nos ponen en una debacle acumulada de 40% de caída en la producción. Loayza (2020) comenta que cuarentenas desorganizadas, señalando sobre todo a países de menor desarrollo como Perú, pueden agravar la recesión de la economía, ser “efectivo e inteligente” en el control de la pandemia implicaría un 5% de menores pérdidas esperadas en el PBI, esto como puede verse, no es un tema menor. Finalmente, el INEI anunció que en marzo ya caímos más de 16%.
El panorama económico no requiere mayor discusión, lo viven familias en el Perú que a diario pierden sus ingresos o ahorros. Se reclama y se plantea, el reinicio de actividades, pero al contar con escasa, dispersa o confusa información, respecto a los detalles de la salud pública; las estrategias de salida de la pandemia parecen más un ejercicio de media training que un plan diseñado para levantar la economía.
Los analistas diversos, desde distintos enfoques, plantean escenarios de salida de la pandemia, sin embargo, esto todavía es como navegar en medio de una feroz tormenta en la noche más oscura.
Por tanto, visto a la fecha, programas como Reactiva Perú, los bonos familiares o los usos del ahorro del trabajador e inclusive las pequeñas aperturas sectoriales, donde el delivery a la carta es la estrella del show; son desde mi punto de vista, políticas de mitigación del daño, que seguirán en la medida que dure el virus, inclusive ampliándose y así debe ser.
Sin embargo, no estamos aún, en un real proceso de políticas de reactivación, primero porque el virus sigue presente y segundo, porque las medidas tienen alcances limitados que son señaladas a diario, por ejemplo bonos insuficientes, créditos garantizados de corto alcance y además concentrados en un sector de la economía, que si bien abarcan parte del empleo formal, dejan de lado a millones de hogares de independientes e informales, que a la usanza de décadas pasadas o de sus padres o abuelos, tendrán que empezar de nuevo.
Entonces, reactivar la economía requiere primero, pensar en algunos cambios sustanciales en el ordenamiento económico que ya están presentes, algunas conclusiones de CEPAL (2020) sobre esto señalan; un reacomodo en las redes mundiales de producción, las estrategias de deslocalizar industrias que fueron efectivas en el pasado, tenderán a una nueva era de diversificación, donde la cercanía a los mercados será clave.
Inclusive, a nivel de hogar, la cercanía al punto de venta, productos más pequeños en empaques (menos peso de carga ante la menor frecuencia de compra) o medios de pago digitales, son ya una realidad y necesidad diaria.
Otro aspecto que vivimos ahora, es el uso intenso de las actividades remotas como teletrabajo, educación virtual entre otras, que seguirán persistiendo y creciendo, en un escenario de nuevas prácticas sociales y empresariales.
El comercio mundial no será ajeno a los cambios, una vez que las economías desarrolladas cojan impulso, vendrá el reordenamiento de las redes de comercio, fortalecer acuerdos entre pocos países es la tendencia, el mundo libre del comercio parece estar llegando a un crítico reajuste.
Si queremos realmente reactivar la economía y salir de la crisis, también hay que mirar en nuestra historia, nos tomó alrededor de cinco años salir de las consecuencias de la depresión de los 80 y la hiperinflación de los 90; ya que, para 1994 el Perú recuperó el PBI de 1979, para luego rápidamente crecer y transformar la economía peruana, con un PBI hoy 4 veces más grande, en términos reales, que a fines de los 90.
Sin embargo, el modelo peruano vigente desde los 90, no da para más, el virus nos demostró que la casa (y muchas de sus instituciones) se caía por dentro, levantar esa casa es en realidad el plan de reactivación y por que no, ambiciosamente un plan de transformación de la economía peruana.
Dado el problema, primero hay que quitarse ciertas ataduras, la primera de ellas es el temor a la deuda pública y al déficit fiscal, este es ineludible y es mejor pensar en emitir bonos a muy largo plazo, muy por encima de lo que se ha emitido hasta ahora.
Dichos bonos deben crear fondos de garantía para financiar reconversiones de empresas al mundo digital (sobre todo de medianas para abajo), esto será una obligación si queremos atraer redes globales de producción.
Asimismo, se requiere mucha deuda para reconvertir escuelas en espacios más flexibles de enseñanza, infraestructura a reacomodar (y reconstruir) para grupos pequeños de alumnos y además atender la demanda de muchas escuelas privadas de escaso valor, que hoy lentamente van muriendo, cuyos alumnos pasarán al sistema público escolar y no solo por esta crisis sino en adelante. Además, ya notamos que nuestras redes de comunicación y tecnología digital para la educación, son simplemente frágiles o inexistentes, esa inversión será cuantiosa e incluye a la educación superior pública.
Un país que tiene tres veces más población que Perú, como Alemania tiene 30 mil camas de hospitalización para cuidados intensivos, la comparación con nuestras casi 1,000 (según el gobierno) es de por sí aplastante, pero marca la ruta a seguir. Nuestro sistema de salud enfrenta su hora de transformación, tener hospitales en redes de atención distinta, gestores distintos, presupuestos atomizados y pequeñas economías de escala, ya nos mostraron su escasa eficacia para los desafíos en la salud pública, que seguirán en el futuro, sobre todo con nuestra población ya envejeciendo.
Esos aspectos de por sí, ya configuran una gran transformación de nuestra mirada social y del futuro. Sin embargo, como dicen los economistas, no hay lonche gratis. Esas deudas que avizoramos ahora, tendrán que pagarse en el futuro. Nuestra presión tributaria es poco sostenible para esta transformación. Los hogares ya se dieron cuenta que, ante las grandes debacles, el estado sale al rescate, esto sólo es sostenible si estas mismas familias pagan sus impuestos, necesitamos por lo menos recaudar 6% más del PBI para siquiera llegar al promedio colombiano, ni que decir de la OECD.
En esto requerimos un Congreso (y un Ejecutivo) a la altura del desafío de una reforma tributaria que incentive la inversión a largo plazo, elimine una enorme diversidad de beneficios tributarios opacos o clientelistas, que se dé un nuevo pacto social tributario entre el ejecutivo y los gobiernos regionales (con muchas regiones exoneradas de impuestos), cuyo rol en esta crisis, aunque suene incómodo, está muy por debajo de lo esperado, repensar la descentralización es otra reforma política de alto perfil.
Requerimos que las familias entiendan ahora, lo importante que es tener una cuenta bancaria, asociada a su teléfono o aprender a pagar con medios digitales, un rol compartido entre el estado y los bancos. Así como el estado corrió a sostener las carteras crediticias que nos endeudarán en el futuro, es también la hora bajo esta alianza, de bancarizar a todos los hogares del país, salto tecnológico que obligará a las personas a pagar desde su teléfono (y a las empresas a vender con cuentas bancarizadas y con impuestos) en cualquier mercado popular sin necesidad de contacto. Tal como puede hacerse en Corea del Sur o China en cualquier comercio incluso en remotos pueblos o venta de calle.
El desafío es enorme y nos quedamos cortos, pero para que la siguiente generación diga, que, en el año 2020, volvimos a reformar la economía peruana, y el PBI volvió a cuadriplicarse, necesitamos que ese sueño merezca la pena ser intentado.