Ser mujer en el siglo XXI
Reflexiones a propósito del Día Internacional de la Mujer
Hace muchos años postulaba a una beca para hacer estudios de postgrado en el extranjero. Tenía que completar muchos formularios y entre ellos, presentar algunas cartas de recomendación. Mientras preparaba los documentos, me detuve a leer las recomendaciones que habían hecho las personas a quienes se las había solicitado. La recomendación consistía en un formulario en el que, básicamente, preguntaban sobre las competencias, habilidades y capacidades académicas y profesionales del postulante. En todos estos aspectos las recomendaciones eran muy buenas. Pero había una pregunta que, más o menos, decía lo siguiente: ¿Cuál cree que sea el principal impedimento/defecto del postulante? La respuesta, en una de las cartas de recomendación llamó particularmente mi atención: la persona que me recomendaba había contestado “- se preocupa mucho por su familia”. Recibí este hecho de dos maneras: primero lo tomé como un halago (que se reconociera mi papel de esposa y madre), pero luego, me pareció una injustica muy grande que se pensara que mi preocupación por la familia fuese un “impedimento/defecto”, para lograr avanzar en mi desarrollo profesional. Yo jamás lo había pensado de esa manera, pero desde allí me di cuenta que el resto de la sociedad probablemente lo piense así.
Hoy, al celebrar una fecha más del Día Internacional de la Mujer me gustaría detenerme, luego de manifestar mi respeto y admiración por todas las mujeres, en este grupo especial de mujeres que son esposas, madres y trabajadoras. Lo hago no solo porque en ellas se encarnan muchos de los valores que se defienden y conmemoran este día, sino porque en nuestro país, suman una fuerza importante. Así, de acuerdo a ENDES 2014, el 53% de las mujeres peruanas tiene entre 19 y 50 años, es decir, se encuentran en edad fértil. De ellas, más de la mitad (56,7%) está casada o en situación de convivencia y el 73,4% trabaja fuera de su casa.
Entonces es importante que, en este día ,reflexionemos sobre lo que significa ser mujer y nuestro papel en la sociedad actual. Una sociedad que, pese a que ha pasado casi un siglo desde las primeras reivindicaciones por nuestros derechos, sigue sufriendo por los rezagos de una mentalidad que pareciera no comprender que es posible ser esposa, madre y trabajadora a la vez y por ello, surgen presiones e inequidades que por el bien de todos debemos ir superando. Estas inequidades y presiones las comprobamos día a día. Basta ver a una mujer joven, con hijos, para que se haga referencias a su juventud, o a sus estudios no terminados, o al “obstáculo” para su desarrollo profesional que podría significar tener hijos tan joven. Basta ver las una entrevistas de trabajo: solo a las mujeres nos preguntan si tenemos hijos, cuántos tenemos, cuándo los pensamos tener, etc. Como si de ello dependiera la calidad de nuestro desempeño profesional (he participado en este tipo de entrevistas, y nunca he visto que a un caballero le preguntaran por su vida privada). Basta ver la diferencia de sueldos, que por un mismo puesto, reciben hombres y mujeres. Basta ver que una mujer deja de ser contratada porque está embarazada, es decir, deja de ser contratada porque es mujer (es verdad que existen leyes, pero quienes me leen pueden dar fe que las leyes a veces no se cumplen). Finalmente, basta ver a las mujeres que siendo madres, deciden trabajar. Ellas asumen un doble trabajo (por el mismo sueldo), porque además del trabajo fuera, deben ocuparse de todo el trabajo en la casa.
Una sociedad que se precie de valorar a la mujer, debe hacerlo en todas sus dimensiones, esposa, madre, trabajadora; y debe posibilitar para ellas, el desarrollo de estas dimensiones en todos sus ámbitos. Es decir, al Estado le corresponde establecer mejores políticas públicas que permitan la conciliación de la vida laboral y familiar. A la empresa privada le corresponde acatar estas políticas y agregar acciones favorables dentro de un marco de responsabilidad familiar empresarial; a la sociedad en general le corresponde cambiar el paradigma y no esperar que el desarrollo de la mujer fuera del ámbito privado (del hogar) sea con los valores masculinos, sino, al contrario, valorar el hecho que la mujer – desde su feminidad – tiene una manera particular de ver el mundo y ese es precisamente su aporte para el desarrollo de la sociedad. Y a los hombres, esposos, compañeros, les corresponde involucrarse en todo este proceso de desarrollo, sobre todo, asumiendo que en el cuidado de la familia y el hogar debe existir corresponsabilidad. Esta corresponsabilidad se sustenta, precisamente en la igualdad.
Pero, ¿qué significa decir que hombres y mujeres somos iguales? ¿Acaso significa claudicar de todo aquello exclusivamente femenino? Pues no. Se trata de una igualdad que exige los mismos derechos, las mismas oportunidades, el mismo trato ante la ley y reconoce la misma dignidad. Pero también, debemos reconocer un ámbito en el que somos diferentes. Nuestro modo de ser, que supera incluso el ámbito meramente biológico. Y en mérito de estas diferencias reclamaremos en ocasiones un trato distinto (por ejemplo, que la mujer tenga más licencia post natal que el hombre, o que incluso tengamos la posibilidad de trabajar desde casa, en determinadas circunstancias). Un trato distinto, en circunstancias distintas, pero no un trato privilegiado ni injusto, como me parece que son las llamadas “cuotas de género”.
Hoy, debe ser un día en el que nos sintamos orgullosas de ser mujeres, de expresar nuestra feminidad y nuestra particular manera de asumir el mundo. Un día en el que debemos celebrar nuestra libertad. Porque de nada sirve reclamar igualdad si esta implica aceptar las mismas condiciones laborales que los hombres o que, por acceder a cargos importantes (en política o empresa) se tengan que sacrificar otros aspectos de nuestra vida. Y es que una mujer tendría que poder desarrollarse libremente en todos los ámbitos de la vida, el familiar, el profesional e incluso el político, sin que ninguno sea impedimento – impuesto por la sociedad – del desarrollo del otro. Libertad también significa poder establecer nuestras prioridades.
Debemos exigir la posibilidad de tener una “vida laboral a nuestra medida” (Haaland, 2002) pero para exigirla, no debemos tener miedo a las imposiciones de la sociedad, sobre todo a aquellas que imponen renuncia a lo que queremos, matrimonio, maternidad o al contrario, una sociedad que nos “castiga” porque no estamos casadas, o porque no tenemos hijos. Debe decir mucho de nuestros avances si aún en esta época una mujer es criticada o porque “sigue” soltera, o porque se casó “muy joven”, o porque no tiene hijos, o porque los tiene.
Aún hay brechas muy grandes que superar. Pero estoy convencida que una parte de la solución se encuentra en la educación. En ello vamos avanzando, si bien el analfabetismo se redujo en los últimos años, de 5,9% en 1992 a 2% en 2014, aún queda mucho por hacer. Solo el acceso a una buena educación podría garantizar una verdadera igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Y la otra parte de la solución se encuentra en la familia. Quienes somos ahora padres, tenemos la grave responsabilidad de educar y formar a nuestras hijas e hijos, en el respeto hacia los demás, en autoestima, en fortaleza, en valentía, es decir, en todo aquello que les permita desarrollarse plenamente como individuos, hombres, mujeres, capaces de ser felices y hacer felices a los demás.