05-Intersecciones
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INTERSECCIONES
Celina Cedro
Es el segundo día, en aquella semana, que el hombre despierta en medio de la jungla. Como la vez primera, se para a analizar su situación que hoy le parece más insólita. Es de los que creen que un hecho extraordinario puede ocurrir, pero no debería repetirse.
Su reloj marca las siete. Si todo sucede como la vez anterior, tardará unas dos horas en atravesar la dichosa jungla, sumergirse en el lago y encontrar la trampilla. Sabe que si la empuja y consigue pasar a través de ella aparecerá en Barcelona, justo en el cruce de Valencia con Cartagena. Serán las nueve de la mañana y la calle estará llena de gente que se detendrá para observarle mientras emerge de lo que para ellos es una simple alcantarilla, con el pijama empapado, los pies embarrados y los cabellos goteando. Sin dejar tiempo a las preguntas de alguna abuela entrometida, comenzará a correr para coger un bus que le acerque a la casa de su hermano.
A las diez de la mañana y después de realizar unos cuantos comentarios cómicos con ciertas denotaciones de preocupación, llevaba sin verle unos siete años y en lo que va de semana ya lo ha visitado dos veces; su hermano Donald sacará otro traje del vestidor, nuevo y elegante, y lo pondrá en sus brazos con la condición de ir a cenar a un restaurante refinado algún día entre semana. El hombre asentirá, pensando para sus adentros si la invitación será real, es decir, si Donald pagará la cena. Al fin y al cabo, por el piso que tiene, parece que sus negocios como arquitecto le han ido muy bien.
El hombre se llama Kaufman. Cada día viaja media hora en coche hasta que llega a su empresa, a las ocho menos cuarto de la mañana, inserta la tarjeta de identificación y entra en la oficina. En los diez años que lleva trabajando para el Grupo Bosch de tasaciones inmobiliarias, solo ha llegado tarde una vez.
Las valoraciones de la compañía suelen solicitarlas clientes particulares que desean hipotecarse para emprender el negocio que les eleve al nivel de vida de los protagonistas de sus series preferidas. No teniendo más capacidad, ni más credibilidad que sus propias ambiciones, acaban recurriendo a su única posesión, una casa que todavía están pagando. No son expedientes difíciles, los clientes esperan dóciles su llegada y la mayoría de los pisos son calcados a la plantilla estándar que ofrece la compañía. Solamente una vez tuvo que esperar más de dos horas ante la puerta de la casa que iba a tasar porque el propietario, un magnate japonés, decía hallarse en una reunión. Alertado por sus superiores, se limitó a hacer guardia y a esperar a que apareciese. Se trataba de una finca con varios terrenos que el oriental había perdido en un negocio ruinoso de importación de Mycena lux coeli, el hongo que brilla en la oscuridad. Aquel día, Kaufman entró en la oficina tres horas más tarde y fue premiado con un ascenso porque había conseguido finalizar una valoración que la compañía y el banco llevaban intentando realizar hacía más de seis meses.
Pero de eso hace ya bastante tiempo y lo cierto es que en los últimos siete años, Kaufman apenas ha salido de la oficina. La mitad de su jornada la dedica a gestionar llamadas y papeles para conciliar el valor definitivo de las tasaciones con los bancos, mientras que la otra mitad la dedica a pensar si no sería más sencillo pasar la plantilla en blanco y dejar que las entidades financieras la rellenasen a su antojo. Ahora son las doce y dieciocho minutos, y aunque odia las cifras que no son redondas, esa es la hora que queda marcada en su historial cuando consigue entrar por la puerta de su empresa, trajeado y con una bolsa de plástico en la mano donde lleva el pijama. Esta vez su coordinador se le acerca, le retira una hoja verde del pelo y le indica que se dirija a su despacho. Es una oficina algo abandonada, con marcos que guardan fotos amarillentas y donde aún sonríen modelos extraños. Como siempre que quiere dar un toque de seriedad al asunto, el coordinador le indica que tome asiento y cierra la puerta.
-¿Qué ocurre? Sabes que te aprecio pero espero que esta vez tengas algún tipo de justificante porque en Madrid están muy (el coordinador alarga la asonante mientras gesticula con la cabeza) enfadados. Se nos han extinguido los plazos de entrega en dos valoraciones y encima te presentas al trabajo a cualquier hora. No sé cómo justificarte.
-Supongo que me he quedado dormido. ¿Nunca se ha despertado en un lugar extraño?
-¿Cómo de extraño?
– Una especie de selva virgen, no sabría definirla.
Minutos después Kaufman ha terminado de contar su aventura a través de la trampilla y los dos hombres permanecen en silencio uno frente al otro, hasta que al coordinador se le ilumina el rostro.
Erróneamente situado en Castilla y León por desdén administrativo,
Espejo es lo más parecido a un pueblo fantasma que pueda encontrarse en España. Al menos esa es la primera impresión que tiene Kaufman al entrar en él y caminar por unas cuantas calles vacías. Cierto que se hallan a finales de mayo y la mezcla de lluvia y calor generan una atmósfera enrarecida, pero está convencido de no haber experimentado esa sensación en ninguna otra parte, ni en Barcelona, ni en el pueblo donde solía veranear con sus padres. El jefe le ha dado dos semanas de margen para encargarse de la tasación de una antigua finca que lleva encallada tres meses. Si pides la baja, los de arriba te van a coger manía. De esta forma, te tomas unos días, intentas desenmarañar esta valoración que a la empresa ya le empieza a molestar y a ver si estando más relajado mejoran tus pesadillas. No es un mal trato, aunque Kaufman cree que sus visitas a la selva no son pesadillas. No son imaginaciones suyas los arañazos que le han provocado las enredaderas ni el agua que le ha empapado sus ropas. Pero una idea le obsesiona: ¿no es cierto que todos los locos asumen como realidad las fantasías más disparatadas?
Sus pies se detienen, hartos de intentar orientarse en medio de las casas abandonadas y las miradas furtivas de los pocos lugareños que buscan la sombra. Kaufman levanta la vista. No tiene ni idea de cómo, pero ha alcanzado la plaza principal del pueblo presidida por el Ayuntamiento. Tiene una cita con la arquitecta municipal, una mujer impaciente, eso es obvio, que tiene muchísimo trabajo más importante que realizar que el de estar atendiendo sus reclamos tal y cómo le hace saber nada más atravesar la puerta de su despacho.
No ayuda a apaciguar la situación que al colgar el abrigo, se desprenda un rastro de polvo, tierra húmeda y hojas verdes que la mujer mira con una mueca de irritación.
-Llega una hora tarde -le indica.
Pocos minutos después le hace pasar a una biblioteca repleta de archivos. Sobre la mesa le aguarda una caja con varias carpetas, documentos y expedientes.
-Falta la escritura de propiedad que todavía se está tramitando y llegará en tres días pero ya que en su empresa insisten en avanzar las gestiones, puede ir evaluando el resto de la documentación. Por cierto, mi nombre es Dora Sert.
Feliz con la idea de volver a ver a esa mujer que le resulta bastante atractiva, Kaufman esboza una sonrisa que oprime en seguida. Se siente ridículo por haber creído por un instante que él, con su camisa amplia y con su pelo bien corto para disimular su barriga y su calvicie, pueda tener alguna opción con la arquitecta que todavía le guarda rencor por su impuntualidad.
-Como ya debe saber, no puede llevarse los planos, aunque si necesita realmente –y aquí la señorita Sert hace una pausa breve- alguno de ellos puedo fotocopiárselos. Dispone de media hora. Una cosa más, tengo entendido que necesita visitar la casa para llevar a cabo la valoración, le informo que la llave debe solicitarla en recepción. Tiene que devolverla hoy mismo antes de las seis.
Me gustaría acompañarle pero se ha hecho muy tarde. Cualquier duda podrá preguntármela el jueves, cuando nos volvamos a ver.
En la soledad que ofrece la biblioteca, Kaufman se sienta a ojear los planos. Se trata de una vivienda de principios del siglo XX, que después de sufrir un incendio en 1940 fue reconstruida con un estilo de líneas racionalistas, a la manera de la escuela alemana.
Temeroso de volver a solicitar la ayuda de la arquitecta, intenta hacer un esbozo con las medidas aproximadas de la construcción, pero en cada carpeta que abre la estructura de la finca varía en configuraciones imposibles, como si se hubiesen proyectado diferentes reformas, algunas tan incompatibles entre sí que le cuesta entender cuál de ellas se ha llevado a cabo realmente. Lo mismo ocurre con los planos, algo gastados por el tiempo, a los que acompañan notas con posibles variaciones, medidas opcionales y reformulaciones. Tiene la impresión de que en lugar de construir un proyecto sobre la hoja del papel, el autor hubiese destruido todas las mansiones posibles de su imaginario para alcanzar la excelencia; pero sin la frialdad necesaria de lanzarse sobre una única idea aunque imperfecta, el proyecto no ofrece ni un solo trazo certero y el resultado final se asemeja a un borrón de formas difusas e ilimitadas. Kaufman casi puede palpar la sensación de vértigo y horror que debió experimentar el creador de esa casa infinita.
El suelo está tan tupido que sus pasos apenas se oyen. Todo está en calma y si se concentra puede escuchar el susurro que provoca su ropa al fregar con las ramas de los árboles. ¿A qué hora salió de la biblioteca? Kaufman intenta poner sus recuerdos en orden pero le resulta imposible. Tampoco es consciente de haber solicitado a la arquitecta que le fotocopie los planos más recientes de la casa, y sin embargo, allí están las copias, dentro de su maletín. Su única certeza es que en la jungla, aunque los caminos son ilimitados y no siguen ninguna lógica, es incapaz de sentir miedo. No le acosan ni el trabajo ni los jefes, ni la vergüenza de su existencia terriblemente ordenada y solitaria. La temperatura es agradable. La naturalidad de los árboles creciendo y ahogando las plantas más débiles le inspira a sentir que sería capaz de cualquier cosa, de sobrevivir, de matar. Toca su bolsillo. Las llaves de la casa que debe valorar no están. Suspira aliviado: señal de que ha llegado a tiempo para devolverlas.
Ahora recuerda la visita a la residencia y poco a poco, mientras se sumerge en el lago, va desgajando sus últimos recuerdos.
A pesar de la locura que desbarran los planos, el chalet desborda simplicidad y raciocinio, características avanzadas para la época y el lugar en que fue construido. De hecho se trata de la única vivienda de ese estilo en Espejo y en las localidades colindantes. Una apuesta que resultaría excéntrica para todos los vecinos, acostumbrados a una arquitectura más tradicional.
Suerte que al menos, piensa Kaufman, la edificación se encontraba en los terrenos situados a las afueras de la villa.
Nuevamente repasa en su cabeza la estructura de la finca. Es una construcción simétrica con dos cubiertas inclinadas que convergen en un solo eje. Está formada por dos cajas. La principal, delimitada por dos pantallas de hormigón armado, constituye el hogar y acoge la zona de servicios, habitaciones y aseos; y la secundaria que se recuesta en la primera, es abierta y ofrece una amplia sala de estar que acaba fundiéndose con el jardín. Ambas partes están unidas por un vestíbulo que las conecta.
Dos cosas llaman su atención: la primera es la amplitud de los espacios reservados para que pasen las instalaciones y la segunda, un pequeño desajuste de los planos respecto a la estancia principal. Según la documentación que ha estudiado y sus propios cálculos deberían aparecer más metros cuadrados pero al medir la habitación real le salen menos. ¿Una mala interpretación del promotor?, ¿O se trata de algo intencionado?
El cruce de Valencia con Cartagena está más transitado de lo que es habitual un lunes por la noche. Kaufman se exaspera. Tenía la esperanza de que al salir de la alcantarilla se encontraría en Espejo pero está en Barcelona. Un sudor frío recorre su frente: tendrá que buscar un tren para regresar al municipio lo antes posible. Si su coordinador se entera de que ha vuelto a fallar acabará por echarle del trabajo. Deben ser las nueve de la noche. Mientras se escurre la ropa y se dirige a la parada del autobús, un hombre uniformado se dirige a él.
-No me puedo creer que vayas con estas pintas por la ciudad. –Su hermano Donald no deja de reírse- en serio, comienzo a pensar que te persigue una nube de lluvia.
Donald llama a un taxi y le propone ir a cenar a un restaurante en la zona alta de Barcelona donde acostumbraban a ir cuando eran más jóvenes y estudiaban arquitectura. Kaufman se queda pensativo unos instantes: al fin y al cabo, no podrá avanzar con la tasación puesto que falta parte de la documentación y la arquitecta municipal ya le ha indicado que por lo menos tardará tres días en llegar. Además tiene hambre.
El restaurante está bastante concurrido a pesar de que es lunes. Donald, siempre de buen humor, apresura al camarero para que les atienda lo antes posible.
-Mira quién está en esa mesa de allí. ¿Te acuerdas de ella?
Donald señala sin disimulo una de las mesas en las que está Norma, una antigua compañera de la universidad.
Claro que se acordaba. No podía olvidar las noches en que habían estudiado juntos cada uno de los exámenes finales y mucho menos cómo ella desaparecía siempre tras la puerta de su habitación, con el pelo recogido, mostrando su cuello largo, blanco y lejano. Era su hermano el que la aguardaba del otro lado de la puerta. Entonces la envidia le trepaba por las venas y en esas horas de insomnio se revolvía en el sofá que habían reservado para él, debatiéndose entre el deseo de que Donald desapareciera para poder sustituirle, y el agradable sentimiento de satisfacción porque al menos una parte de él, aunque fuese sólo un reflejo, pudiese tocar sus anhelos.
En la terraza del restaurante corre una brisa demasiado caliente para su gusto y el camarero no deja de observar sus cabellos mojados. Donald se sienta con desfachatez al lado de Norma que lleva dos copas de más, Kaufman lo nota por la lentitud de sus movimientos.
-¡Qué casualidad encontrarnos aquí! Te mantienes igual que hace diez años –dice Norma mientras mira a Kaufman sin hacer caso de los bruscos modales de Donald.
Kaufman, toma asiento tímidamente y quiere agradecer el cumplido, pero Donald se le adelanta y lo hace suyo.
-Sí, igual que yo. Salvo que yo mantengo mi cabeza cuerda y últimamente mi hermano habla de terceras dimensiones como si fuese Dorothy del Mago de Oz. Lo malo es que sus zapatos no le llevan a casa y yo me he dejado una fortuna en trajes. Dime Kaufman, ¿sigues teniendo esas pesadillas selváticas?
A Norma se le escapa una sonrisa borrosa. Intenta intervenir, pero se ve obligada a concentrar toda su energía en sujetar su cabeza que cada vez le pesa más.
Donald se queda callado esperando una respuesta mientras observa la ciudad que desde la terraza se ha vuelto tan pequeña que parece una de sus maquetas. Kaufman da dos tragos a su Bulldog y por fin se siente capaz de entrar en la conversación.
-Últimamente tengo unos sueños algo extraños ¿sabes? –Kaufman no se atreve a explicarle a Norma que para él no se trata de sueños- en parte gracias a ellos estoy aquí.
-¡Qué curioso! Lo mismo me dijo a mí cuando apareció en mi casa pidiéndome que le dejara un traje. A mí, tus sueños me recuerdan a la historia que nos contaba papá. La de Los Dos hermanos ¿Te acuerdas?
– Es posible que haya algo del cuento de Los Dos Hermanos en mis sueños.
– ¿Una historia de dos hermanos? –pregunta Norma con dificultad.
– ¿No la conoces? Entonces te la voy a contar – Kaufman aprovecha la ocasión para desviar el tema de sus pesadillas a otra cosa, todavía le atrae Norma y no quiere asustarla con sus devaneos sobre la jungla-. Había una vez, todas las historias deben comenzar así, dos hermanos gemelos que se escaparon al bosque y los encontró un cazador.
-No era así, antes de eso sucedían muchas cosas –Donald le interrumpe reclamando atención.
-Cómo iba diciendo, los dos hermanos se criaron con el cazador y cuando aprendieron todos los secretos sobre el arte de matar le dijeron a su padre adoptivo que debían marcharse. Su padre les obsequió con un cuchillo. Si un día se separaban debían clavarlo en el lugar de la intersección y de esa manera podrían saber cómo le estaba yendo al otro. Si al extraer el arma la hoja se oxidaba era señal de que había muerto.
– ¡Esa era mi parte preferida, quería explicarla yo! Además Kaufman no te ha contado lo más importante. Nuestro amado padre después de explicar la historia unas mil veces, le regaló una navaja para que la clavase en algún lugar.
No sé donde habrá ido a parar, pero me gustaría echarle un vistazo para saber cómo le va realmente a mi hermanito.
-Una historia maravillosa, pero ¿cuál es el final? –Norma parece divertirse con el relato.
– El final es lo de menos, ya lo descubriremos juntos algún día qué volvamos a coincidir ¿qué te parece?
-Sí, mejor cuéntale dónde estás ahora. Háblale de tu emocionante trabajo de tasador.
A Kaufman empiezan a cansarle los comentarios de su hermano pero se mantiene tranquilo.
– Actualmente trabajo de tasador. Realmente no es muy emocionante lo sé, pero tiene sus sorpresas. Por ejemplo, ahora mismo estoy realizando la tasación de una finca de principios de siglo situada en Espejo. Guarda cierto misterio. Dicen que perteneció a un alemán extravagante que heredó los terrenos, aunque la casa es obra de un arquitecto español que había estudiado en Alemania. Como lleva más de 20 años sin uso y sin nadie que la reclame el
Ayuntamiento pasará a hacerse cargo de ella. Es una casa extraordinaria, francamente avanzada para la época.
-¿En serio? pues sí que resulta interesante –Donald se acerca a su oído para susurrarle -Podría ir hacia allí contigo, y si quieres jugamos al experimento para rememorar viejos tiempos. Tengo un par de semanas libres. Piensa en todos los favores que te he hecho últimamente.
¿Qué diablos le impulsaría a explicar toda la historia de la casa delante de su hermano? Kaufman no deja de repetirse la pregunta para sus adentros mientras la arquitecta municipal come la oliva de su vermut y sonríe a Donald que despliega todos sus encantos. Es jueves y una de las miradas más expertas de su hermano ha convencido a Dora, su Dora, para ir al único bar abierto del pueblo y tomar algo mientras comentan los detalles de la finca.
Sin más público que un camarero plagado de arrugas y seco como una nuez que los observa con atención desde la barra, Dora comienza a narrarles la historia de la mansión.
-Al parecer, arquitecto y propietario tenían una relación muy estrecha.
Algunas de las pocas voces que todavía subsisten en el pueblo dicen que sobrepasaba lo normal ya que vivían juntos; otros enfatizan en el hecho de que eran polos opuestos.
Dora se queda pensativa antes de continuar explicando que, en realidad, el propietario era un vividor que en seguida se había dado a conocer organizando fiestas en el jardín de su mansión que escandalizaban a todos los vecinos. Pronto se habían vuelto habituales las marchas opuestas de los feligreses encaminándose por la cuesta que llevaba a la iglesia, y el desfile de borrachos y mujeres casi desnudas que descendían de la quinta alemana.
-El arquitecto, por el contrario, era introvertido. Las lenguas veteranas afirmaban que se pasaba los días encerrado en su despacho trazando las líneas de la futura casa -Dora toma un segundo respiro antes de llegar a los detalles más escabrosos de su relato-. Cuando se realizaron las reformas definitivas de la finca las actitudes de los dos amigos se hicieron más radicales. Los excesos del alemán fueron en aumento hasta que un día lo encontraron sumergido en una bañera llena de vino que había instalado en el jardín, junto a dos de sus amigas. Llevaban varias horas muertos.
Concluida la historia, Dora apura su Martini y, a modo de conclusión le comenta que respecto al arquitecto nadie ha podido probar cuál fue su destino; y ella no ha encontrado documentación que acredite su defunción.
-La gente pensaba que finalizada la construcción descansaría más y se volvería más sociable pero lo cierto es que apenas acompañaba a su amigo en las juergas nocturnas y la mayor parte del tiempo se ocultaba en el otro ala de la casa, hasta que un día nadie lo vio más.
Según Dora, al preguntar a los vecinos, unos decían que se había vuelto a
Alemania para acabar de perfeccionarse como arquitecto; otros que había acabado de enloquecer en algún centro macabro de la ciudad.
-Llegado este punto, ¿por qué no me acompaña a ver la casa?, mi hermano, un auténtico erudito en este tipo de mansiones ya me había hecho picar la curiosidad pero ahora que usted me ha contado esto me parece una visita irresistible.
-¿De verdad eres un especialista en este tipo de casas?
En boca de la arquitecta, la profesión de Kaufman parece sofisticada y hace que se ruborice, lo cual, por primera vez, es una ventaja, ya que la arquitecta lo mira con cierto respeto.
-Está bien –suspira- aquí dejo las llaves de la casa. Tengo que hacer un par de llamadas y llegaré en media hora.
Como era de esperar la casa está vacía. Kaufman entra, pensativo. La primera vez que lo habían hecho tenían siete años y lo llamaban el experimento.
En realidad era un juego muy simple. Se cambiaban los nombres, cada uno iba a la clase del otro y al final del día se reunían para contarse cómo había ido. Les gustaba ver las reacciones que causaban en los demás alumnos y en los profesores. Donald, que siempre había sido más conflictivo, de repente se mostraba apacible, buen estudiante. Kaufman, en cambio, parecía terriblemente inquieto y destacaba en los ejercicios gimnásticos. Durante los dos primeros años que hicieron el experimento, se dedicaron a complementar sus habilidades construyendo dos seres humanos imposibles, elaborados de diferentes remiendos, pero con resultados brillantes.
Los años siguientes, cansados por las exigencias de profesores y actividades extraescolares, centraron todos sus esfuerzos en uno de los dos nombres, y de repente Kaufman se convirtió en el alumno ejemplar, el más valorado entre todos los profesores, mientras que Donald reunía todos los defectos y era el más popular entre los compañeros. Nunca como entonces
Kaufman se había sentido tan pleno. Cuando hacía de Kaufman, era serio, juicioso, el alumno que sacaba excelente en todas las materias; cuando era
Donald podía hacer cualquier cosa sin temer nada.
Al cambiar de colegio abandonaron el experimento. Donald empezó a interesarse por las chicas y las fiestas que se organizaban después de clase y ya no le entusiasmaron más los juegos con su hermano.
Kaufman cierra la puerta de la residencia y camina por el recibidor. La casa tiene algo. Nota ruidos en las paredes, aunque bien pudieran ser los muebles desconchándose por la humedad del mes hostil. Sin saber qué hacer, pasea por las habitaciones mientras espera ansioso la llegada de Dora o de su hermano que se ha ido para hacer una copia de las llaves. –Dile a Dora que me ha surgido algo urgente, invéntate algo, de paso aprovechas y estás un rato a solas con ella, que yo sé que te gusta. Si quieres, incluso puedes hacerte pasar por mí. -Al principio se había resistido, pero Donald, como siempre, asía las riendas con decisión. – ¿Quieres descubrir o no el porqué de que no cuadren los planos?, venga, seré rápido y mientras miráis la casa, iré a hacer las copias y te dejaré las llaves en la ventana. Así podremos investigarla más tarde, cuando ella no esté presente. ¿Aceptas?
Nuevamente, él y su hermano. Comportándose como niños, inventándose aventuras e intercambiando roles. Kaufman respira profundamente y relaja los hombros. Puede recordar la vieja excitación de antaño y sentir la plenitud de entonces. -Acepto.
La visita de la casa junto a la arquitecta se convierte en un despliegue de artimañas de seducción. Ya no es el Kaufman serio de notas excelentes. Como si estuviera en la clase de Donald, siente que puede realizar lo que desee. Para empezar, ya no es un tasador, sino el director de una importante constructora.
Kaufman se deja ir y habla de todas las casas que su hermano ha construido, incluso utiliza pequeñas anécdotas propias, como la de la finca del oriental y construye un hombre emprendedor y distinguido ante el cual ninguna mujer permanecería indiferente. Dora se muestra cada vez más interesada, le escucha atentamente y coge su brazo con confianza para dirigir la visita y llevarlo del ala donde están los servicios y las habitaciones a la parte de la vivienda que da al jardín, donde todavía quedan restos de la famosa bañera.
Surge de forma natural a pesar de ser una excepción en su comportamiento. A través de la ventana que da al patio puede ver a Donald dejando las llaves. Kaufman se acerca a Dora, toma su barbilla y la besa, en una maniobra de distracción. Las cosas se le van de las manos, y Dora que también es Norma y que ahora por fin está entre sus brazos, gime dulcemente.
-Estaré en este pueblo durante toda la semana, espero que nos volvamos a ver.- Dicho esto, Kaufman alarga la mano y le entrega las llaves.
Por la noche es diferente, vuelve a transformarse en un ser anodino. Se despierta empapado en sudor sin poder conciliar el sueño, observa a su hermano que duerme y ronca tranquilamente en una cama situada en paralelo junto a la suya y se siente oprimido. Desde que Donald se ha instalado en la habitación que tiene alquilada en Espejo, no ha vuelto a aparecer en el bosque y lo cierto es que lo echa de menos, había comenzado a habituarse a sus paseos selváticos, pero desgraciadamente desconoce cómo llegar a ese lugar y teme que ya nunca más pueda volver. Donald se mueve ligeramente entre las sábanas y en uno de esos movimientos abre los ojos y se incorpora.
-¿Estás despierto? –le pregunta Donald susurrando– Yo no consigo dormir más. ¿Por qué no lo hacemos esta noche? Investiguemos la casa y acabemos con el misterio. No creo que pueda aguantar muchos días más en este pueblo dejado de la mano de Dios.
-Está bien. Hagámoslo.
Donald vuelve a tomar las riendas. Sabe lo que hay que hacer y además está equipado. En primer lugar, recomienda a Kaufman que se ponga ropa oscura y una vez que lo ha hecho, le da una de sus linternas.
-Las he comprado ayer por la mañana, junto a estos guantes. Supongo que te irán bien, al fin y al cabo tienes mi talla.
Si por el día se asemeja a un pueblo fantasma, de noche Espejo adquiere la misma atmósfera que una película de terror. El silencio es total, salvo por los aullidos de un par de perros que se oyen a lo lejos y a Kaufman le entran ganas de olvidarse de todo el asunto. La casa, vacía, cruje con sus primeros pasos como si quisiera advertirles que deberían alejarse.
-Déjame ver los planos. –Donald los enfoca con su linterna- ¿Es esta la habitación que tiene menos metros de los que te figuran en el proyecto?
Kaufman asiente.
– ¿Y este es el lugar reservado para las tuberías?
Kaufman vuelve a bajar la cabeza en un gesto afirmativo y los dos hermanos se detienen a comparar los planos con la vivienda.
-Tienes razón. No es habitual reservar tanto espacio para pasar instalaciones.
Donald se aproxima a la pared y comienza a dar golpecitos suaves. Los sonidos son más graves en las zonas que no cuadran con la documentación.
Donald sonríe, como si hubiese hallado una respuesta al fin, pero entonces a
Kaufman le parce escuchar un sonido debajo de sus pies, incluso cree oír la voz de alguien y sin pensarlo sale corriendo por la puerta trasera. Su hermano corre tras él, riéndose como si estuviesen jugando al escondite. Al llegar al jardín,
Kaufman se oculta tras un árbol y espera a que le bajen las pulsaciones. Todo permanece en silencio.
-Pensé que era la policía –le dice a su hermano, cuando ya ha recuperado la respiración.
-Yo también lo creí por un momento.
-Mejor vámonos al hostal. ¿Qué más da? Es una tontería. Además, tú tendrás tu empresa privada pero yo solo tengo mi trabajo, como me encuentren aquí se me cae el pelo.
-¿Más aún? –La broma de Donald no le hace ninguna gracia, a pesar de que su hermano sea tan calvo como él- venga, piénsalo detenidamente: en este pueblo que parece un parque temático para la tercera edad ¿crees sinceramente que existe la posibilidad de que aparezca un policía? Ya estamos aquí, sólo ha sido un susto.
Kaufman lo mira indeciso.
-Está bien, quédate aquí si quieres. Echaré un vistazo dentro y fuera de la casa para convencerte de que realmente no hay nadie.
Kaufman se queda solo maldiciendo el momento en que le hizo caso a su hermano. Pasa media hora aproximadamente y harto de esperar se encamina al muro que separa el jardín de la calle para irse. Justo entonces aparece su hermano, lleva una especie de barra de hierro en la mano.
-No hay absolutamente nadie pero he encontrado esto entre las ruinas del jardín. Nos vendrá muy bien.
Una vez dentro de la casa, Donald comienza a golpear las paredes otra vez. Kaufman lo mira ligeramente preocupado. Donald le parece un director de orquesta que sacude su batuta con el oído alerta y el frente tensionado.
-Es aquí –dice para sus adentros, señalando la pared del vestíbulo y con un gesto rápido, y antes de que Kaufman pueda impedirlo, hunde la barra de hierro en la pared y sigue haciéndolo hasta conseguir un agujero lo suficientemente grande para que pueda pasar una persona. Su hermano está extasiado.
-Aquí, además de las tuberías hay un pasadizo –exclama, y sin dudarlo, se interna en el pasillo, obligando a Kaufman a ir tras él. Lo primero que aparece ante la mirada de Kaufman es una pequeña habitación en la que hay un escritorio lleno de planos. Junto al escritorio hay un lecho con sábanas impecables. En la almohada, todavía se puede percibir el hueco inconfundible que ha dejado el peso de una cabeza.
-Es increíble, por haber estado cerrada tanto tiempo está en perfectas condiciones. –Kaufman no sale de su asombro pero apenas tiene tiempo de procesar todo lo que está viendo. Al final de la pequeña habitación hay un pasillo en el que Donald ya se ha adentrado. Al parecer, el pasillo conecta las dos partes de la casa. Kaufman se da cuenta de que cada medio metro los muros tienen una pequeña obertura que permite observar el interior de la mansión. Pasan las habitaciones, los servicios y la sala de estar. Llegado este punto, el pasadizo continúa y da la vuelta por los muros opuestos para volver al vestíbulo de la entrada. Un poco decepcionado, había comenzado a hacerse ilusiones de encontrar alguna cosa de valor, Kaufman emprende el camino de regreso pero sus pies tropiezan. Delante de él se extienden unas escaleras que descienden a lo que promete ser un sótano que está tenuemente iluminado.
Donald enfoca la linterna hacia las escaleras, y Kaufman puede observar baldosas hechas a mano con motivos florales, de otro estilo muy diferente al resto de la casa. Las barandillas también presentan otro estilo, más cercano al modernista, con flores de hierro como adornos. Lentamente comienza a bajar las escaleras. Donald va delante con la linterna, aunque la luz proveniente del sótano es cada vez más precisa.
-¿Hay alguien ahí? -pregunta Donald algo nervioso.
Continúan bajando escalones, pero apenas apoyan un pie en el sótano, un silbido rasgado pasa cerca del rostro de Kaufman, en el que se abre una herida, y finaliza en el cuerpo de Donald. Enseguida llegan otros. No hay tiempo. La sangre cubre ropa y suelo. Kaufman sujeta a Donald, juntos suben las escaleras a trompicones, combinados en una extraña forma humana de pies y sangre. Tras las escaleras continúan arrastrándose juntos sin deshacer el abrazo algunos pasos más, pero al internarse en el pasillo, Donald le exige que se marche y llame a la policía lo antes posible. Insiste en que se pondrá bien.
Mientras le cosen los puntos de la cara, Kaufman ve pasar fotos de varios delincuentes, hasta que en una de ellas aparece el rostro del asesino, aunque no es exactamente el mismo. Sin el rifle, ni el miedo en sus ojos, parece un simple viejo amedrentado. Kaufman aún tiene fuerzas para reírse de lo mal que ha organizado la policía el reconocimiento, ya que la foto destaca notablemente sobre las otras que muestran asesinos jóvenes.
Una vez levantado el dedo acusador con el que señala la fotografía, el detective le explica por encima de los zumbidos que todavía le aturden, que se trata de un arquitecto que habían dado por desaparecido. A Kaufman ya no le interesa el misterio de la casa. Sólo quiere saber qué ha ocurrido con su hermano. Pero nadie le habla de Donald, aunque pregunta varias veces por él. Ni siquiera cuando lo llevan al hospital para realizarle un reconocimiento completo.
-No tiene nada grave, puede volver a casa.
Esa noche y por primera vez desde que comenzó su aventura en Espejo,
Kaufman puede dormir tranquilamente.
Al entrar nuevamente en el bosque Kaufman piensa en los documentales donde las plantas nacen, crecen y marchitan en pocos segundos bajo la mirada del realizador que da su ok pensando en que la imagen seducirá a losespectadores que observan desde los comedores de sus casas antes de dormir la siesta. Imagina un espectador más grande contemplándolo a él. ¿Y qué es él mismo sino un instante en la eternidad?
En la corteza del árbol hay un cuchillo clavado. Piensa en su hermano.
Todavía puede sentir algún sobresalto por el mundo que otros llaman real y que se esconde debajo de la trampilla. Cómo era de esperar, al orientar el filo hacia el lago la mitad se oxida. Kaufman toma el cuchillo, lo limpia y lo guarda en su bolsillo mientras continúa adentrándose en el bosque del que ya no volverá a salir jamás.
“Los dos hermanos entraron en el patio del palacio por lados
opuestos, y ambos subieron al salón. Entonces el Rey dijo a la hija,-
«Dime cuál es tu marido. Cada uno de ellos se ve exactamente igual
al otro, no puedo saberlo.»
Hermanos Grimm, Dos hermanos.